Hoy es un día para callar, y ponerse a la escucha. Parar, en medio de
las celebraciones, comidas familiares, regalos, espumillón y luces. Y de
puntillas y veneración, entrar en el misterio.
Dice la primera lectura: Mira, yo habito en una casa de cedro,
mientras el Arca de Dios habita en una tienda.
Dios se encarna en silencio, en amor desnudo. Basta guardar silencio, y
dejar que su forma de hacer, ser, vivir, hable a nuestra vida. No como
reproche, sino como locura de amor que viene a buscar a cada uno de nosotros.
Equivocamos la vida si vivimos en una casa de cedro, mientras la Palabra es
pronunciada de noche, en silencio, oculta, discreta, humilde, vulnerable,
descentrada de Sí, necesitada, en pobreza. Una sola Palabra pronunció en Padre,
y esta fue dicha en silencio.
Nuestro corazón, tan habituado a la comodidad, a las riquezas, a la
estricta norma, no reconoce al Dios hecho carne. Maranatha, ven Señor Jesús, no
tardes. Que te acojamos…
El Padre pronunció una Palabra: su Hijo. Y en el silencio debe ser escuchada por el alma (San Juan de la Cruz).