La oración es estar con Dios, creyendo y esperando. Amando y
deseando, con todas las fuerzas de nuestro corazón
El Adviento es un periodo de la liturgia, tiempo fuerte, pero también un
periodo bellísimo, pues es expresión de lo que es la vida. Si nuestra vida
diaria fuese un Adviento, cada comunión sería una Navidad.
En el Adviento, la Iglesia nos presenta un mundo que pasa, pero también
una Luz, una eternidad que se acerca, una Vida que llega, y el otoño en que
estamos nos mete por los sentidos este mundo que pasa y una eternidad
que se acerca.
Se acerca la Navidad y con ella un misterio de amor que bien merece contemplarse
detenidamente.
En esta última semana que precede a la Navidad la Iglesia suplica con
fuerza, con insistencia la oración: “¡Ven, Señor!”. Y lo hace llamando
al Señor con nombres tan distintos pero cargados todos ellos de un mensaje
sobre el Señor mismo: Oh sabiduría, oh Dios poderoso, oh raíz de Jesé, oh sol
rey de las naciones, oh Emmanuel.
La Iglesia -Madre y Maestra- opera así porque está en la anhelante
espera de un parto. En efecto, también nuestra Iglesia, esta semana, está como
María a la espera del parto. De hecho, en su corazón, la Virgen sentía lo que
sienten todas las mujeres en ese momento. En su corazón balbucía seguramente al
niño que llevaba en su seno: ¡Ven, quiero mirarte a la cara porque me han dicho
que serás grande!
Es una experiencia espiritual que vivimos también nosotros como iglesia,
porque acompañamos a la Virgen en este camino de espera. Y queremos apresurar
este nacimiento del Señor. ¡Ven, Señor, no tarde tu llegada!
¡Señor, Tú valoraste en gran medida el testimonio que dio de Ti Juan
Bautista, porque sus palabras y sus obras eran totalmente acordes a tu
Evangelio! Eso es lo que nos pides a cada uno de nosotros. Jesús, te
pido perdón por ser a veces incoherentes con tu Palabra del Salmo 66: ¡Oh Dios,
que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben!
Que me prepare en estos días con alegría para recibir con alegría a
Jesús. Esta es la gran lotería, la mayor fortuna, porque la NAVIDAD ES JESÚS.
Busquemos las fuerzas que nos faltan para todo esto en la Madre que supo estar a su lado en su nacimiento y muerte, y con Ella repitamos “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).