Los dos primeros versículos de la primera lectura de Sofonías
constituyen una queja dolorida de Dios, siempre lleno de amor y
ternura, al ver que Jerusalén se ha vuelto ciudad rebelde, manchada,
opresora, ciudad materialista. Es la ausencia de Dios y de lo divino en la
sociedad. Es el ateísmo práctico, el sinsentido de una existencia vacía.
Pero Dios se desborda generosamente en promesas de restauración
mesiánica: Jesús de Nazaret, el Hijo amado del Padre es
el primer hermano de nuestra raza que ha tenido esos labios puros para invocar
el nombre del Señor y que ha tenido ese corazón obediente
para vivir cumpliendo incondicionalmente la voluntad de Dios.
En el Evangelio Jesús nos llama a la autocrítica sincera,
para que busquemos y cumplamos con sinceridad de corazón la voluntad de Dios,
para amarlo y adorarlo en espíritu y verdad. Sólo el humilde pide perdón y
salvación, como dice el salmo de hoy: “los pobres invocan al Señor y Él los
escucha”.
¡Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte! Amen.