Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu
Divino e infunde en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
Ya estamos a tan sólo diez días de la Navidad. El Adviento nos está
dando el tiempo necesario y propicio para poder preparar nuestro corazón para
el nacimiento de nuestro Señor, que ya viene. Te invito a hacer una reflexión,
meditando de verdad y en tu corazón, sobre las siguientes preguntas: ¿A qué
viene Jesús? ¿Para qué necesito que venga a mi vida?
A lo mejor por tu corazón han pasado alguna vez estas ideas: “yo ya
tengo mi rutina de vida, me va bien como estoy, tengo mis horarios… Si yo ya sé
qué tengo que hacer y lo que no, para ser feliz. O incluso, si ya sé lo qué
tengo que hacer para salvarme”. Contempla el pesebre, el lugar donde va a nacer
Jesús. ¿Qué te parece? Nos habla de entrega, nos habla de humildad. Nos habla
también de dejarnos sorprender por lo que Dios nos tiene preparado en esta
Navidad. Mantén en este tiempo de preparación tus ojos y tus oídos abiertos,
porque Dios habla y sorprende. ¡Velad, estad atentos! Dios viene a
sorprendernos.
La primera lectura de la Eucaristía de hoy nos recuerda que Dios nos
está llamando y nos dice que nos ama. Nos quiere para Él. Aunque nosotros no le
seamos fieles, Él nunca nos va a fallar. “Aunque los montes cambiasen y
vacilaran las colinas, no cambiaría mi amor, ni vacilaría mi alianza de paz -
dice el Señor que te quiere-”.
Nos encomendamos a nuestra Madre, señora del Adviento, para que nos guíe en estos días de preparación para la Navidad a tener listo el pesebre de nuestro corazón para acoger al mismo Dios, que se hace niño y humilde.