Estamos en la víspera de celebrar el gran día de la llegada del Señor. Y
la liturgia nos invita a acercarnos a este misterio de amor de nuestro Dios.
Así, Malaquías nos pone en actitud de espera, “casi ansiosa”. Te sugiero
fijarte en la descripción de esta “secuencia escalonada”: Voy a
enviar a mi mensajero…/ De repente llegará…/ mirad
que está llegando…/ el Día del Señor…/ Él
convertirá el corazón…
Igualmente, el Salmo nos afirma, con un tono cercanísimo,
esta venida: El Señor se confía con sus fieles y les da a
conocer su alianza. Se precisa una escucha activa, levantar
la cabeza y el corazón de preocupaciones y agobios
inmediatos. El mismo Señor nos instruirá y ayudará a vivir en sus sendas, (mandamientos
y Bienaventuranzas). Porque él se va a regalar en misericordia, compasión y
lealtad.
Haciéndose Jesús “de la fragilidad nuestro barro”, nos salvará. Aunque
es rey y piedra angular de la Iglesia, todo lo hace desde la humildad y “en
escondido”. Para caldear aún más el corazón, escucharemos el relato del
nacimiento de Juan, el Bautista, el precursor de Jesús. Los paralelismos y
circunstancias que lo rodean nos ambientan y meten ya en clima
“de alerta”. El nacer de Juan, se ve como una gran
misericordia de Dios, al igual que nos ocurrirá a nosotros.
Quizás, el lugar más adecuado para prepararnos a este grandísimo acontecimiento sea el corazón humilde y precioso de la Virgen. Y también, fijarnos en S. José con su bondad, entrega abnegada y docilidad humilde al Espíritu. Hacednos vosotros, José y María, diligentes y deseosos de recibir a vuestro querido hijo.