Todavía resuenan los ecos de la gran fiesta de la Inmaculada en nuestros corazones. Ella, la concebida sin pecado, nos enseña a preparar nuestro corazón en este adviento, camino hacia la Navidad.
En la oración colecta de este día se nos invita a esperar vigilantes la
venida del Unigénito, a apresurarnos a salir a su encuentro con las lámparas
encendidas. Así lo hizo María. El mismo Isaías nos marca el sendero: “Yo, el
Señor, tu Dios, te instruyo por tu bien, te marco el camino a seguir”. La ley
del Señor es gozo para el que la vive, y es la mejor manera de preparar el
corazón para su encuentro. Sin embargo, el mundo nos trata de mostrar un camino
que no es el de Dios; somos pobres criaturas que necesitamos de la fuerza del
Creador para vivir con coherencia su mensaje. Pero la grandeza está en la
humildad de reconocer nuestras limitaciones y pobreza, pues es lo que conmueve
al corazón de Dios y permite que acuda compasivo en nuestra ayuda si se lo
permitimos.
Preparemos nuestra alma, dejémonos hacer por la acción del Señor,
enderezando los senderos, allanando los caminos, disponiéndonos para que nazca
en nosotros y lo podamos mostrar a todos.
Que Santa María nos ayude a llevarlo a cabo con sencillez, estando abiertos como Ella a la acción del Espíritu.