Pedro, en su discurso, comenta la continuidad de la historia de
salvación: el Dios de los patriarcas (Ex 3,6.15) ha glorificado a Jesús, en
quien culmina el profetismo más espiritual de Israel, el del Siervo de Dios (Is
52,13-53,12). Luego explica Pedro la pasión de Jesús, de donde puede arrancar
la conversión de los oyentes, camino que comporta dos etapas
consecutivas: arrepentimiento
En la lectura del evangelio se narran todos los detalles para hablarnos
de una presencia real, pues la resurrección no es solamente una supervivencia
espiritual: el Cuerpo de Jesús ha resucitado y, a través de Él, toda la Creación,
todo el Cosmos quedan transfigurados. El mismo universo
material ha sido asumido, penetrado por el Espíritu de Dios. En la Eucaristía,
una parcela del universo, un poco de pan y de vino, es así asumida por Cristo,
"sumisa a Cristo" como dice san Pablo, para venir a ser la presencia
del Resucitado, y transformarnos poco a poco a nosotros mismos en
el mismo Cristo que es nuestro alimento de vida eterna.
¡Reina del Cielo, alégrate, aleluya! ¡Aumenta nuestra fe, esperanza y amor!