Mañana vamos a contemplar la escena que nos introduce en la pasión del
Señor, la última cena. Quédate en la imaginación con la imagen de un lienzo que
la represente, y acude a ella cuando la distracción te saque del contacto con
el Señor. Toda contemplación exige preparación y produce amor. Vamos a
prepararnos desde la noche anterior, pidiendo lo que es propio de tercera
semana en ejercicios: demandar lo que quiero; será aquí dolor,
sentimiento y confusión, porque por mis pecados va el Señor a la pasión.
La lectura de mañana nos sitúa en un momento posterior al lavatorio de
los pies, último gesto narrado de caridad de Jesús hacia Judas, al que también
lavó los pies sabiendo que le iba a traicionar.
Jesús se turbó en su espíritu: el Maestro comprende lo que hay en el corazón de
Judas. Con el salmo 138 recordamos: Tú me sondeas y me conoces… De lejos penetras mis
pensamientos… Esto sirve para los pensamientos de
consolación y para los de desolación. Judas está decepcionado con Jesús, como
escribía Unamuno de sí mismo, no sentía al Dios vivo, que habita en nosotros,
y que se nos revela por actos de caridad y no por vanos conceptos de soberbia
(Diario Íntimo, 12). Judas acabará, como escribiría también don
Miguel: Cuántos de los que se suicidan lo harán por liberarse de sí mismos (DI,
81). En el caso de Judas, liberándose de la angustia
interior que le produce su traición.
En esta escena, el contraste con Judas lo pone el discípulo que estaba
reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Escribe Ratzinger: el evangelista
adquiere su conocimiento, tomándolo del corazón de Jesús, descansando en él
(Jesús de Nazaret, pág. 278).
En el diálogo que debe haber en toda oración, pide al Señor, por intercesión de la Madre, parecerte a Juan y adquirir desde el corazón de Jesús ese conocimiento interno por tanto bien recibido que te lleve a exclamar con el salmo que leeremos mañana: Mi boca contará tu salvación, Señor.