Preparar la oración para este 3º domingo de Pascua, ¡debiera ser tan
sencillo! Tanto como saborear despacio cada
lectura, cada frase.
Vemos, de manera sorprendente, a un Pedro ¡ponerse de
pie, levantar su voz y con gran solemnidad declarar…! Aquí
tenemos un verdadero milagro de la resurrección: pasar de ser un hombre que
hace cuatro días huye, niega tres veces a su Señor y llora amargamente, a ser
quien anuncia y se muestra como testigo.
Puede suceder que aún no hayamos tenido experiencia de Cristo resucitado,
como les ocurrió a los de Emaús. Estemos atentos porque, quizá… mientras
conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con
ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Cabe preguntarse: ¿qué ideas “lógicas” me impiden abrirme, en abandono,
a sus planes, a la normalidad de la cruz en su seguimiento? Quizás Él ya está
suscitando (en ti) el deseo de invitarle a tu mesa. Y esta mesa no es otra que
tu corazón, donde surge el diálogo con Él, donde se manifiesta (como alimento
eucarístico). ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos
explicaba las Escrituras?
Sabrás que todo esto es verdad, porque te levantarás a compartir tu pan, su presencia, con los otros, junto a la Mesa Eucarística. Entonces también ellos exclamarán: era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Buenísima Madre nuestra, alcánzanos el gozo de la Pascua; fe creciente, esperanza cierta, alegría desbordante, paz imperturbable y amor ardiente.