Iniciamos nuestra oración con la súplica ardiente del Adviento: “¡Ven, Señor Jesús!”. Y nos ponemos espiritualmente junto a la Virgen Inmaculada, que “en la soledad de Nazaret, a solas con su tesoro, adora, ama y espera”. María es el amor que espera. Recordamos unas palabras del Papa sobre el sentido en que hemos de orientar la esperanza del Adviento: “es el tiempo en el que los cristianos deben despertar en su corazón la esperanza de renovar el mundo con la ayuda de Dios”. Pidamos que verdaderamente despertemos, dejando atrás nuestros desánimos, para preparar caminos a la venida del Salvador.
En la Palabra de Dios nos sale al paso nuevamente la figura de Juan Bautista. Es Jesús quien invita a considerar cómo vivía el Bautista: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento?... ¿Un hombre vestido con lujo?”. Si queremos preparar la venida del Señor, hemos de parecernos un poco a él cuestionando nuestras veleidades y comodidades. En este adviento, Benedicto XVI ha invitado a la Iglesia a seguir el ejemplo del precursor de Jesús: “El estilo de Juan Bautista debería impulsar a todos los cristianos a optar por la sobriedad como estilo de vida, especialmente en preparación para la fiesta de Navidad, en la que el Señor —como diría san Pablo— «siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza» (2 Co 8, 9)” (Ángelus 4-12-11).
Pero Juan Bautista es algo más que una invitación a la austeridad para no quedarnos en lo puramente exterior de la celebración de la Navidad. Dice el evangelio que los fariseos al rechazar a Juan, frustraron el designio de Dios para con ellos. ¿Cuál es el mensaje que tenemos que recibir de este personaje para no frustrar los planes de Dios sobre nosotros? Así lo sigue explicando el Papa: “La llamada de Juan va, por tanto, más allá y más en profundidad respecto a la sobriedad del estilo de vida: invita a un cambio interior, a partir del reconocimiento y de la confesión del propio pecado. Mientras nos preparamos a la Navidad, es importante que entremos en nosotros mismos y hagamos un examen sincero de nuestra vida. Dejémonos iluminar por un rayo de la luz que proviene de Belén, la luz de Aquel que es «el más Grande» y se hizo pequeño, «el más Fuerte» y se hizo débil” (Ángelus 4-12-11).
Así Juan nos marca el camino para experimentar esa misericordia infinita de Dios que el profeta Isaías ensalza en la 1ª lectura: “Con misericordia eterna te quiero -dice el Señor, tu redentor-… Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia”. No tengamos miedo a entrar en nuestro interior y a reconocer nuestra necesidad de conversión, porque la confesión sincera de nuestras miserias e incoherencias, de nuestros pecados, nos arrojará al abismo de la misericordia de Dios. La luz de la navidad es la luz del Amor y de la Misericordia de Dios que se han revelado en la dulzura de un Niño en brazos de su Madre. Dejémonos conquistar por esta misericordia.