La primera lectura de Isaías se presta de maravilla para la oración. Basta imaginarse un paraje semidesértico (En Israel le llamaban desierto a eso) con algunas matas suficientes para comer cabras y un camino serpenteante que sube y baja. Ahora dices lo de “preparad el camino del Señor, allanad sus senderos, que los valles se levanten, que los montes y colinas se abajen…”
Evidentemente el pensamiento lo reviertes hacia ti: ¿Qué será para ti lo de enderezar los senderos torcidos? Vamos a pensar por ejemplo en la sinceridad. Ser por fuera igual que por dentro, no intentar engañar sobre lo que soy. Podemos pensar también en el ejercicio que haces de tu fe. ¿Es práctica? ¿Echas mano de ella para las circunstancias difíciles? ¿Para dar gracias y para pedirlas? ¿Se te nota? No porque la saques a relucir, sino porque la vives y no la escondes. Podemos pensar ahora en la generosidad en eso de la plata. No olvidemos que la cartera suele ir pegada al corazón. Aquí en Perú, hay algunas iglesias en las que eso de dar algo de plata se hace con un ceremonial parecido a la comunión. Durante la Misa, todo el mundo que quiere se acerca hasta el altar en dos filas y allí el sacerdote recoge sus ofrendas en un canastillo. No es un acto rutinario, sino importante.
Vuelves a mirar el horizonte y de pronto ves aparecer por el final del camino un resplandor. Se acerca. Es un amplio cortejo con multitud de caballos y camellos, con comerciantes, servidores y sobre todo, con soldados. Lo describe el último párrafo de la lectura de Isaías. Miras al centro, de donde sale la luz. Allí debería aparecer un rey en un palanquín de oro o montado sobre un soberbio caballo con su armadura reluciente y aparece un joven de pueblo, bien apuesto, con una oveja entre sus brazos. Miras la oveja y tiene cara de… Tiene tu cara. Puedes mirar la Mesías a los ojos y decirle algo ¡Es tan asombroso! Eres la oveja que lleva en sus brazos ¡Dile algo!
También puedes enfocar lo de allanar los caminos del Señor a la preparación para la Inmaculada, cuando tú le digas a la Madre que quieres algo más, que vas a allanar no se qué montaña.
Ahora piensa en María, que leyó este texto de Isaías. Escudriña como lo vivió.
Por último mira al Jefe. En principio está viéndolo todo desde arriba. El torcido sendero, yo,… ¡Que cara de complacencia tiene! “Ya llego para estar con los hijos de los hombres, para redimirles, para ver a mi amigo…” y pones tu nombre. ¡Cuando te lleva en brazos! ¡Cuando te mira y te consuela del duro camino y de las caídas (si no las has tenido, no hace falta que te consuele y te cure)!
También puedes meditar en el primer párrafo del Evangelio: Evangelio de Jesucristo, hijo de Dios.
Se bautizan para que se les perdonen los pecados. Hay pecado…