Introducción:
Cuando nos reunimos los cruzados para la cena de Nochebuena es costumbre que se lea al principio un breve texto compuesto al efecto para ambientar ese momento de celebración fraterna. A la luz de 4 velas, símbolo de las cuatro semanas de Adviento en que hemos preparado el corazón para la recibir al Señor, se escucha en silencio una lectura o grabación. Durante varios años, el P. Morales compuso esos textos que son ahora un tesoro que los cruzados conservamos y leemos con veneración. Aún siendo quizá un poco largo para unos puntos, ofrezco íntegro el texto que nos escribió el Padre para leer en la Nochebuena de 1982.
La Virgen caminando hacia el Belén de la tierra, y la Virgen caminando hacia el Belén del cielo... La Virgen buscando la Navidad temporal, y anhelando la eterna... Y María contagiando a San José, el esposo virginal, su único y encendido deseo...
La Virgen simboliza y precede a la Iglesia en este caminar. No sólo es su Madre, también es su ejemplar y modelo. Es modelo de lo que la Iglesia, el alma esposa de Jesús, anhela y aspira ser. María, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen purísima y principio de la Iglesia. Antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo maternal.
Dos Advientos, dos expectativas de encuentro en la Virgen. Y también dos anhelos de plenitud en nosotros, añorando un abrazo perfecto de duración eterna, una Navidad temporal que nos conduzca a la definitiva. María vive suspirando y cantando la primera expectativa desde la Anunciación del ángel a la noche venturosa de Belén. Y la vive como nadie...
Encendidos deseos, confianza inquebrantable, ardores de amor derritiendo su corazón virginal. Es la Reina de los Patriarcas, ha nacido de su noble y santa prosapia. El Hijo que lleva en su seno es la Promesa hecha carne. Es también Reina de los Profetas. Dará a luz el Verbo que ellos anunciaron... ¡Nadie como María vivió el primer Adviento!
La expectación de la segunda venida de Jesús la vivió también como nadie desde la Ascensión de su Hijo hasta su propia Asunción. Ese día vino para Ella por segunda vez su Hijo. Vino de nuevo como no vino para nadie jamás, para glorificarla, no sólo en el alma, sino también en su cuerpo virginal...
El Espíritu Santo la ilumina y enciende mientras camina hacia ambos encuentros. La luz del Amor va marcando sus pasos hacia el abrazo con el Señor. Un Amor con múltiples resonancias en su Corazón, como el rumor de muchos torrentes que desembocan en un mismo mar.
Es un amor de Madre, de la Madre más Madre al Hijo más bueno. Es un amor de Hermana que le hace llamar Padre a la misma Persona divina a Quien su Hijo invoca como Padre. Es un amor de Esposa asociada con Él para dar al mundo la nueva Vida que El trae a la tierra. Es un amor de Hija siempre dócil, como esclava rendida al beneplácito del Padre.
El mismo Espíritu de Amor que la conduce a Belén va guiando también su Corazón en los últimos años de su vida. Recta y decidida, sin desvíos ni apegos a cosas o personas que nos aprisionan, avanza con limpieza virginal hacia el encuentro definitivo y pleno por el camino del amor.
Sus ansias maternales por volver a ver a su Hijo se apoderan avasalladoras de su corazón... En alas de ese anhelo, su vida es más celestial que terrena. Un día se romperán por fin los lazos. La fuerza misma del Amor los desatará. No tendrá que esperar como nosotros al fin de los siglos para que sus ojos virginales contemplen a su Hijo en los esplendores del cielo.
El alma esposa, Iglesia, no gozará de ese privilegio hasta después de la resurrección de los cuerpos. Pero ya desde ahora anhela el retorno del Maestro divino, quiere unirse con el Esposo querido. Suspira con San Juan de la Cruz. Pide que se rompa al fin la tela del dulce encuentro.
Ven, Señor Jesús, no tardes... Es el grito del Adviento mientras la Iglesia-esposa, peregrina por la tierra. Es la súplica predilecta de la liturgia en los días que preceden a la Navidad. La Iglesia, crucificada en el destierro, espera las bodas eternas anunciadas por el Apocalipsis, que se cierra con anhelo ardiente: Ven, Señor Jesús.
Ven, Señor Jesús..., y pase este mundo, añadimos los cruzados glosando a los primeros cristianos, mientras "vivimos acá como peregrinos, desterrados, huérfanos, secos, sin camino y sin nada, esperando allá todo..." Ven, Señor Jesús, no tardes. Sólo a Tu llegada se consumarán en plenitud las bodas eternas que el alma-esposa, todavía peregrina, inició en la tierra.
Es posible que la espera se prolongue aún largo tiempo, que sus ojos se cubran de lágrimas muchas veces, que tenga qué purificarse todavía en la gran tribulación de la tierra... Pero por larga que sea la espera, aunque tenga que caminar entre espinas, crucificada por las persecuciones del mundo, el alma-esposa sabe con la Iglesia que el Señor está cerca. Mirando-a María, avanza confiada en su Cruzada hacia el Belén del cielo.
¡Cercanía del Señor! Éste es, en definitiva, el verdadero motivo de la misteriosa y profunda alegría que inunda a la Iglesia siempre, no sólo en este "nuevo Adviento de la humanidad, en esta etapa, de la historia que se está acercando al segundo, milenio" (Juan Pablo II. Redemptor hominis 22)
Estad, pues, siempre alegres en el Señor mientras peregrináis. La alegría del Adviento no sólo es la alegría más o menos duradera que nos depara la fiesta de Navidad primero, y luego las grandes solemnidades del Año Litúrgico contemplando la vida de Jesús.
Esa alegría del Adviento es también el gozo eterno que nos, traerá el último día del mundo. Día del Señor, día de la consumación hasta sus últimos perfiles de la obra de nuestra redención. Día que nos asocia para siempre, en cuerpo y alma, a la vida de la Familia Eterna.
Estad, pues, siempre alegres,.. Os lo repito: Alegraos... Tomad a María como Madre, sed dóciles como Ella a las insinuaciones del Espíritu de Amor. Los sentimientos de su Corazón inspirarán los vuestros. María os, enseñará a vivir desprendidos de un mundo que pasa. No olvidéis que "por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias, y luchan contra el pecado hasta qué sean llevados a la patria feliz" (Lumen Gentium 62)
1. Oración preparatoria:
Señor, que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de tu divina majestad. (EE 46)
2. Petición:
"Conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, hoy hecho Niño tierno, y gracia para le imitar." (cf EE 139)
3. Puntos para orar.
Hoy es muy fácil contemplar al Niño. Llenos de la alegría que nos contagia la Navidad, contemplar a María con el Niño que se ha hecho hombre para salvarme.
4. Unos minutos antes del final de la oración:
Avemaría a la Virgen e invocación: "Santa María, enamórame de tu Hijo que nace en Belén, pequeño, y lleno de ternura, para salvarme de mis pecados".
5. Examen de la oración:
Ver cómo me ha ido en el rato de oración. Recordar si he recibido alguna idea o sentimiento que debo conservar y volver sobre él. Ver dónde he sentido más el consuelo del Señor o dónde me ha costado más. Hacer examen de las negligencias al hacer la oración, pedir perdón y proponer enmienda.