En este periodo de Adviento nos centramos hoy en la disposición de actitud de oración que nos pide la Iglesia para preparar la llegada del Señor. Porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos.
Es bonito ver cómo el Señor llama a su templo en el Antiguo Testamento, ‘mi casa’, que es algo tan sencillo como el lugar en que habito. Hay una íntima unidad entre el lugar en que habitamos y nosotros mismos. Nuestro hogar, nuestra casa, es algo más que el sitio donde puedo tener unas necesidades satisfechas.
La casa es, casi, parte de mí. En ella, en su decoración, en los espacios, en cada pequeño detalle hay rasgos de mi personalidad, de mi forma de ser. El hogar es lugar de encuentro, convivencia, seguridad, amistad. Es el sitio al que siempre puedo volver, mi lugar en el universo, mi hueco donde soy yo sin problemas, sin imágenes que dar, sin tener que dar una talla, ofrecer un rendimiento, estar ante el escaparate.
Mi casa.
Mi casa es casa de oración.
También mi casa, lo más íntimo de mí mismo ha de estar configurado por la oración. ¡¡La oración misma debe ser mi casa!! Entrar en mi interioridad, en mi castillo interior, en mi verdadera casa, y encontrarme a gusto allí. A gusto conmigo mismo. Y a gusto con los otros moradores de mi casa, la Trinidad misma en el alma en gracia. Entrar al interior, cerrar la puerta y quedarme a solas con Dios.
Porque es a mi casa, a mi interior, a donde debe llegar Cristo estas navidades. Es en mi alma donde debe nacer. Es en mi ser donde Dios tiene que hacerse un hueco y ser Dios con migo, Dios con nosotros, verdadero Emmanuel.
Y esto se hace por la oración.
Por ello hoy la lecturas nos invitan a preparar nuestra ‘casa’ y hacerla casa de oración. A que nuestra alma se ponga a la escucha de Dios.
Como Juan el bautista, como María en Nazaret.
Quizás hoy sea tan sencillo hacer oración como contemplar a la Virgen orando en su casa de Nazaret.
Mirándola se te pegará su estilo, si forma de ser, su vida entera que es comunión y comunicación con Dios.