(Lc 1,26-38)
Estamos cerca de la celebración de la Navidad. En estos domingos han pasado por delante de nosotros las dos grandes figuras del Adviento: Isaías y Juan el Bautista. En este último domingo, ya en el pórtico de la Nochebuena, aparece la gran figura del Adviento; la Virgen de la Esperanza, la mujer que fue bendita porque creyó.
El Antiguo Testamento, para expresar que un gran personaje ha sido don y regalo de Dios, afirma frecuentemente que su concepción tuvo lugar en una madre estéril o en edad avanzada. La concepción de Jesús fue en una pobre aldea perdida, a la que nunca antes había citado la Biblia, en el seno de una muchacha que probablemente no sabía leer ni escribir, pero fue donde la Palabra de Dios se hizo carne, donde Dios y el hombre se hicieron uno.
Jesús es el don definitivo de Dios a la humanidad. Pero cuando la Iglesia, desde los primeros tiempos, confiesa asombrada la Virginidad de María, lo hizo al caer en la cuenta de que Jesús no es el resultado del querer de los hombres. Jesús es el resultante de una iniciativa explícita de Dios y de una confianza plena de María. “La fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el santo que va a nacer se llamará hijo de Dios”. Jesús es inseparablemente Dios y hombre: es Dios-con-nosotros. Jesús pertenece al Padre y nos pertenece a nosotros; es de Dios y es uno de nosotros. En Jesús vemos al padre y en Jesús vemos al “hombre”.
Vamos a celebrar una nueva Navidad; quizás marcada por una absurda espiral de consumo. Una Navidad que, para no pocas personas, es una fiesta pagana, incluso una fiesta más triste que alegre por estar vaciada de las raíces de fe, por eso se puede convertir en una celebración chabacana y de mal gusto, en un anticipo del Carnaval.
Celebrar cristianamente la Navidad significa saber que Dios se ha hecho compañero en nuestro camino; que Dios no es el inaccesible y distante Creador de Universo, que se desentiende de nuestros problemas y preocupaciones. Dios forma parte de nuestra historia, es uno de nosotros.
Celebrar cristianamente la Navidad significa saber que hay que salir a buscar a Dios en las calles, en nuestros trabajos, en nuestros encuentros personales. Necesitamos silencio y paz para buscar a Dios en los corazones que sufren y están solos, pues Él vino a decir una palabra de consuelo a los corazones abatidos.
Al terminar nuestra oración examinarnos de cómo me he preparado durante este Adviento para que Jesús vuelva a nacer en mi corazón y si nos vemos que no estamos preparados pedírselo a María y Ella convertirá nuestros deseos en realidad llenándonos con su esperanza con su fe y con su caridad.