Hoy vendrá el Señor y nos salvará, y mañana veremos su gloria.
¡Hoy. Esta noche. Enseguida. Ya…! Llevamos cuatro semanas de Adviento esperando que llegue este día. Como nos ocurre cuando avanzamos en coche hacia de un paso a nivel: hemos sobrepasado ya las señales de tráfico de proximidad, de aproximación y de cercanía, y sabemos que en cuanto doblemos el recodo de la carretera nos encontraremos con la vía y el tren… Las oraciones de la misa de hoy nos advierten de esta inmediatez de la llegada del Señor, y nos impulsan a un sprint final de amor. “Ya se cumple el tiempo en el que Dios envió a su Hijo a la tierra” (antífona de entrada). “Apresúrate, Señor Jesús, y no tardes, para que tu venida consuele y fortalezca a los que esperan todo de tu amor” (oración colecta).
Hoy es el día más indicado para contemplar en nuestra oración un detalle del evangelio de san Lucas: la llegada de José y María a Belén. El evangelista lo narra en breves pinceladas, pero muy ricas en contenido. Pidamos a María y a José que nos hagan penetrar en sus sentimientos más profundos, y que nos ayuden a orar como ellos, en el camino de la vida.
1. “Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador…” Seguro que María y José se habían imaginado muchas veces cómo iba a ser el nacimiento de Jesús. José, como buen carpintero, habría preparado una cuna sólida, amplia, bien lijada, con remates en madera de la mejor calidad… Y María habría reservado ya el lugar de la pequeña casa para esa cuna, limpiaría una y otra vez el lugar con esmero, y lo tendría todo preparado… Pero los planes de un emperador lejano vienen a interferir con los propósitos de la humilde familia. ¡Cuántas veces nos ocurre a nosotros algo parecido! ¡Cuántos “decretos” vienen a alterar nuestros planes, y nos llenan de inquietud! Y nos preguntamos: «¿Cómo es posible? ¿Cómo puede permitir Dios esto? ¿Qué va a pensar la gente? ¡Estos “decretos” nos van a hundir!» Aprendamos a reconocer los planes de Dios, y aprendamos a obedecer como María y José: no entienden, pero saben que Dios actúa en los acontecimientos, y se dejan conducir.
2. “José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, a Belén, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta”. Los caminos de Dios son desconcertantes. Si fuéramos asesores de un gran rey que estuviera esperando el nacimiento de su heredero, ¿cómo le habríamos aconsejado que preparase el acontecimiento? Seguro que le recomendaríamos que la reina no viajase, que no cogiera frío, que evitase el contacto con desconocidos, para impedir cualquier posible contagio de enfermedades… Los caminos del Señor distan de los nuestros, como el cielo de la tierra… ¿Y yo? ¿Quiero tenerlo todo preparado antes de decir “sí” al Señor? Señor: que te descubra siempre en los acontecimientos en los que me introduces, en los líos en que me metes.
3. “Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto”. El acontecimiento más importante de la historia va a suceder de un modo imprevisto a los ojos de los hombres. El “aquí” y el “hoy” de Dios no coinciden con los nuestros. Nosotros no programamos los acontecimientos. “Tú entre tanto te reías”.
4. “No había sitio para ellos en la posada”. Nos dirá también el prologo del evangelio de san Juan: “Vino a su casa, y los suyos no le recibieron…” (Jn 1, 11). José -y por tanto Jesús también-, eran “de la casa y familia de David”; Jesús vino a su casa y familia, pero no le recibieron. ¿No nos puede pasar esto hoy? En vísperas de Navidad todos estamos como acelerados, con miles de preparativos… Pero ¿seremos capaces de descubrirle cuando llame a la puerta de los de su casa y familia? ¿Estamos preparados para rasgar las apariencias con las que venga? ¿Encontrará Jesús sitio en la posada de nuestro corazón? Y en este caso, ¿qué sitio encontrará?: ¿el trastero, o el centro de nuestra casa, de nuestra familia y de nuestro corazón?
Oración final. Santa María de Belén: enséñanos a vivir de fe, a rasgar las apariencias de los acontecimientos, “decretos” y personas, para descubrir en todo, en todos y siempre la realidad de un Dios Padre providente que gobierna el mundo sirviéndose de sus criaturas. Enséñanos a decir como tú “amén”, “sí”, “aquí estoy”. Prepara nuestros corazones para que le recibamos y en ellos nazca Jesús y se encuentre en su casa y en su familia.