Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de
Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre,
todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos uniéndonos por
todas las intenciones por las que se inmola continuamente sobre los altares.
Seguimos nuestro camino cuaresmal ya
cada vez más cerca de la celebración Pascual. En la lectura del evangelio de
hoy se nos presenta a Jesús que, en este caso, es él el que se acerca
primeramente al necesitado. Como dice en otro pasaje, “sintió lástima”. Y le
interpela: ¿quieres quedar sano? La respuesta del enfermo deja entender que no
se entera con quién está hablando. Es Cristo el que le ofrece si quiere quedar
sano y el enfermo le responde que no tiene a nadie que le ayude. Éste, además
de paralítico, parece que era ciego. Nos puede pasar a nosotros igual en la
vida, en los momentos de sufrimiento, en las pruebas que tenemos. No recurrimos
a Él porque no nos percatamos de que siempre está a nuestro lado. Tanto tiempo
con El y no le conocemos o, lo que es peor, no confiamos en El.
Pero Jesús vuelve a tomar la iniciativa.
Seguramente, la actitud perseverante del paralítico, después de 38 años
esperando a que alguien le ayudara para curarlo, encuentra sin esperarlo, la
salvación, su curación. Levántate, toma tu camilla y echa a nadar. En estos 38
años de espera de este hombre necesitado se representa la gracia de la
conversión en el que persevera y espera. Por eso nunca hay que desesperarse.
Estaremos cansados, sin fuerzas, humillados por nuestras faltas pero no
abatidos. En esta constancia de la fe encuentra el cristiano su salvación, la
gratuidad de la gracia divina. Esta es la doctrina y pedagogía cuaresmal,
siempre perseverantes en la oración, esperando con fe el momento de la gracia.
Sólo Dios sabe cuándo hará el milagro. Pero nosotros también sabemos que si
somos constantes en la fe, Cristo nos salvará.
Y la advertencia de Jesús es severa.
“Has quedado sano pero no peques más, no sea que te ocurra algo peor” Dios sabe
la profundidad y negrura del pecado. El conoce perfectamente al tentador y al
padre del pecado. Por eso la advertencia, no peques, porque en el pecado está
la perdición y el mal para el hombre.
Pidamos a la madre de la Gracia que nos
libre del pecado y que se haga valerosa intercesora nuestra. Caminemos
confiados en este rebaño inmenso de la Iglesia, a la espera de un nuevo pastor,
confiados en que el Señor es el que guía la historia y todo es para bien.