* Primera lectura: el profeta Oseas nos invita a convertirnos a los caminos de Dios. Su experiencia personal -su mujer le fue infiel- le sirve para describir la infidelidad del pueblo de Israel para con Dios, el esposo siempre fiel. Y pone en labios de los israelitas unas palabras muy hermosas de conversión: « volvamos al Señor, él nos curará, él nos resucitará y viviremos delante de él».
Pero esta conversión no debe ser superficial, ni pasajera, «como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora». Cuántas veces se habían convertido así los israelitas, escarmentados por lo que les pasaba. Pero luego volvían a fallar al Señor. El profeta quiere que esta vez sea de verdad. Comenta San Agustín:
«Presta atención a lo que dice la Escritura: “Quiero la misericordia antes que el sacrificio” (Os 6,6). No ofrezcas un sacrificio que no vaya acompañado de la misericordia, porque no se te perdonarán los pecados. Quizá digas: “Carezco de pecados”. Aunque te muevas con cuidado, mientras vives corporalmente en este mundo, te encuentras en medio de tribulaciones y estrecheces y has de pasar por innumerables tentaciones: no podrás vivir sin pecado. Es cierto que Dios te dice: “No te intranquilice tu pecado”... si nada debes, sé duro en exigir; pero si eres deudor, congratúlate, más bien, de tener un deudor en quien puedas hacer lo que se hará en ti» (Sermón 386,1).
* Salmo: Reconocemos que somos pecadores. Pero lo reconocemos porque contemplamos nuestra vida desde el Rostro amoroso de nuestro Dios y Padre. Decidimos volver a Él porque Él nos amó primero, y entregó a su propio Hijo como la prueba máxima del amor que nos tiene. Queremos dejarnos amar por Él; queremos que Él nos tome en sus manos y nos moldee, conforme a su voluntad, como el alfarero moldea el barro tierno. Queremos que Él nos dé un corazón nuevo y un Espíritu nuevo, olvidando nuestros delitos y pecados; haciéndonos santos como Él es Santo; purificándonos de tal forma que nuestra vida le sea grata, como si fuera un sacrificio libre de todo defecto. Que Dios nos conceda llevar una existencia santa en amor a Él y en amor a nuestro prójimo, de tal forma que toda nuestra vida sea para Él una continua ofrenda de alabanza.
* Evangelio: Jesús ha dado su juicio de valor sobre dos personas que habían subido al templo a orar. Nadie como Jesús conoce el corazón humano. Por eso Jesús juzga en la verdad. La persona humilde, sincera sabe situarse en su sitio y dejar a Dios en el suyo. El humilde intenta conocer a Dios y él mismo se conoce y valora en Dios. Orientado por la luz de esa verdad, no exige a Dios, sino que le suplica, le pide por favor que le mire con misericordia. ¡Se ha vaciado de su soberbia, se ha arrepentido de su error! Dios le respondió, le acogió y le santificó.
La lección, que Jesús nos da y espera que aprendamos, es muy importante, es vital. Nos enseña a ser humildes, verdaderos, nos reconcilia con Dios y nos capacita para que comprendamos y acojamos con amor de misericordia a los demás. Es costoso practicar esta lección, pero en Cuaresma Jesús espera este esfuerzo de ascesis exigente y verdadero del amor.
ORACIÓN FINAL:
Oh Dios, que en tu providencia admirable has querido asociar a la Virgen María al misterio de nuestra salvación, haz que, fieles a su consejo, pongamos en práctica todo lo que Cristo nos ha enseñado en el Evangelio. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.