19 enero 2014. Domingo de la segunda semana de Tiempo Ordinario (Ciclo A) – Puntos de oración

El Evangelio de hoy nos narra a través de Juan parecida escena a la que el domingo pasado nos presentaba Marcos. Juan el evangelista nos habla de Juan el bautista, el precursor. Le llamamos el precursor porque va delante del Señor anunciando su venida y la conversión, la llegada del Reino que llegará a su plenitud con Jesucristo.

Nos dice el evangelio: “al ver Juan a Jesús que venia hacia él, exclamó: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo….»” La figura del cordero les era familiar a los judíos de entonces pues cada día se mataba en el templo un cordero de un año como ofrenda de purificación. Si cada día se mataba uno era porque ninguno de los anteriores (ni de los siguientes) era suficiente para reparar los pecados del pueblo. Sólo el cordero de Dios, con su sacrificio, sería capaz de perdonar los pecados del mundo. De ahí que Juan, al ver a Jesús acercarse, lanzara una exclamación, porque se le acercaba el esperado durante siglos.

Esa es la condición del bautista, del apóstol, anunciar, encaminar, y dar paso hacia Otro. En los días pasados nos dejó bien claro que él no era el Mesías, sino el que va delante de Él. Y ahora que llega el Mesías, Este no solo se le acerca y pasa a su lado sino que además le adelanta. Como cristianos esa debe ser también nuestra tarea, la de anunciar a Cristo entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo, señalando su figura.  El problema es que en ocasiones alcanzamos cierto protagonismo, cierta atención, porque el mensaje que anunciamos llega al corazón del ser humano y entonces nos creemos algo más que sus transmisores. Creemos que somos nosotros los importantes, los que impactamos con nuestro mensaje. Y es un reto y un gesto de humildad ser capaces de desaparecer, de hacernos a un lado, de encaminar a los demás hacia Cristo y no hacia uno mismo, porque es muy agradable sentirse el centro. Nosotros no somos más que un reflejo del único que realmente puede saciar el corazón humano, Cristo.

Juan se presentaba humildemente como la voz que clama en el desierto y decía que tenía que menguar para que Cristo creciera. Pero más humildad todavía expresa la Madre del Mesías que se autoproclamaba, no ya como precursora, sino como la esclava.

Al comienzo de la semana de oración por la unidad de los cristianos aprendamos con humildad a no ser el centro, a no ser los protagonistas, los elegidos, pues muchas veces esta actitud de falta de humildad será causa de división, de recelo y desconfianza entre los que se nos acerquen.

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