Hoy, la parábola del Evangelio nos invita a hacer un examen reflexionando sobre en qué punto de entrega a Dios estoy.
Lo primero: ¿he escuchado la voz de Dios? Y si no la hemos escuchado directamente, no significa que no nos esté intentando hablar por medio de situaciones, precursores...
Si la hemos escuchado, ¿hemos dicho sí a las grandes o pequeñas cosas que nos propone reformar en nuestras vidas? Y si hemos aceptado, ¿nos da miedo sus consecuencias? Sigamos avanzando: fuera de nuestra impresión sobre lo que nos propone: ¿confiamos plenamente en su Palabra?
Y si aun habiendo confiado y empezado el camino de la santidad, que en cada uno es diferente e irrepetible, ¿nos vamos alimentando de su sabiduría para estar arraigados en Él y ser constantes? ¿Qué situaciones hacen tambalear mi constancia? ¿Y busco situaciones que me ayuden a la constancia? ¿Cuáles son? ¿Las conozco bien? ¿Dónde las busco?
Y aun con constancia, caigamos en la cuenta de cuánto porcentaje de nuestras intenciones y pensamientos van hacia Dios; ¿hacia dónde va la dirección: hacia Él, o le van quitando protagonismo las diferentes riquezas del mundo? ¿Cómo lograr encajar y encaminar las realidades temporales con la relación íntima con Dios?
Y cuando todas estas preguntas den positivo y me lleven a Dios, veré que la nota más alta del examen no es 10, sino Infinito. ¿Qué cosecha estoy dando: la del 10, la del 30...? ¿Cuánta quiero dar? ¿Qué tengo que hacer para llegar a esa cantidad? ¿Y cuánta quiere Dios que de yo? Preguntémosle, escuchémosle; nos dirá con sus palabras: Siempre más, más y más.
Señor, me rindo ante tu Amor: es tan clara tu Palabra que no tengo más remedio que aceptarla en mi corazón y dejar que crezca en obras de vida eterna. Virgen de Gredos, ayúdanos a no decepcionar a Dios; enséñanos a estar siempre al pie de la cruz para llevarle muchas almas.