1. Preparación de nuestra alma para el encuentro con Jesús.
Invocamos al Espíritu Santo, repitiendo pausadamente las oraciones: “Ven Espíritu Santo”, “ven dulce huésped del alma”, “concédenos la gracia de acercarme a entender un poquito que es el Corazón de Jesús”.
Pedimos ayuda a la Madre: “Madre, tus ojos para mirarle, tus oídos para escucharle, tu corazón para amarle”.
No nos olvidamos de San José, maestro de oración. Le invocamos: “San José enséñanos a orar, cuida de nuestra perseverancia”. “Hoy te pido intercedas para concederme la gracia de la humildad, que mi apego al vano honor del mundo, mi crecida soberbia, mis “idolillos” cotidianos, no impidan que Jesús habite en mí y que también sepa trasmitir la Misericordia y la Paternidad de Dios a los que hoy me encuentre más que con palabras, con la vida”.
2. Aprovecharnos de nuestra imaginación.
Hoy podemos representarnos a Jesús dejándose tentar por los fariseos y debatiendo con ellos o podemos representarnos a la Virgen blanca del Hogar y establecer un dialogo con ella, sobre las ideas que nos traen las lecturas, para ver en que nos afectan y sí debemos ajustar algo en nuestro día a día.
3. Reflexionar con la Madre.
Yo creo que subyace una idea común en las lecturas: los peligros de la rutina en veteranos seguidores de Dios. Incluyendo entre estos los “cristianos viejos”, que en los tiempos del Evangelio todavía, lógicamente no se daban. La rutina nos lleva a un cierto cansancio, una cierta laxitud por donde abrimos la puerta a alguna forma de mundanidad.
En la primera lectura, aparece Saúl. Había sido elegido por Dios como rey de Israel. Dios le había pedido que no tomara el botín de la guerra. Saúl cuestiona la voluntad del Señor y quiere revisar las instrucciones del Altísimo, se siente con autoridad para hacerlo, y decide dar una parte de ese botín como holocausto a Dios y otra parte se la guarda.
Se cree “personita” como diría el padre Morales y esto no resulta agradable a Dios: “¿Por qué te has enamorado del botín, pecando a los ojos del Señor?”. Dios rechaza a Saúl por su obstinación y rebeldía. Ha cometido un crimen de idolatría, prefiriendo unas migajas del botín antes que obedecer a Dios.
Apegado desordenadamente a su cargo (mundanidad), acabará creyendo que Dios necesita de él. El “vano honor del mundo y la crecida soberbia” han ido instalándose en el corazón de Saúl, olvidando que está donde está, por que Dios le eligió. Saúl se ha ido entregando a la rutina en el seguimiento de Dios y adormecido por su vanidad, se ha alejado de la realidad: el “hombre es creado”.
El Señor acabará sustituyéndolo por un humilde pastor, como rey de Israel.
El salmo de hoy es el 49:
“Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios”.
En este párrafo anterior el Señor no puede ser más claro, después en los siguientes aclarara algunas desviaciones del “buen camino”.
“No te reprocho tus sacrificios,
Pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
Ni un cabrito de tus rebaños”.
Hay algo en nosotros que no convence al Señor, ve nuestros sacrificios pero conoce nuestro corazón y en él hay una mancha que no le gusta.
Tú que “recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos”.
“El que me ofrece acción de gracias,
Ése me honra;”
Dejándote llevar por la rutina, has convertido la religión en un ritualismo y has olvidado la adoración.
En el evangelio, unos que suponemos son fariseos, le preguntan a Jesús.
“Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?”.
Es cómo sí le dijeran: ¿por qué tus discípulos se saltan la norma?, ¿por qué permites que se relajen?
Jesús les contesta con otra pregunta.” ¿Pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos?”.
Estos que se acercan a Jesús, reflejan otra costumbre propia del ser humano y habitual en la Iglesia: gastar un exceso de energía en controlar al otro.
El Señor les viene a decir: el ayuno no es un fin. Hay tiempo para el sacrificio y tiempo para la celebración. El padre Morales decía algo así: “la vida no es un viernes santo, ni un domingo de resurrección, es más bien un sábado santo, a caballo entre el dolor y el gozo”.
“Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado…. a vino nuevo, odres nuevos”. Algunos prejuicios de los fariseos van a hacerles difícil entender el mensaje del nuevo testamento, por eso se necesita ser odre nuevo para recibir el vino nuevo.
Otra vez la rutina, les había llevado a querer encerrar a Dios en nuestros esquemas mentales.
Como nos advierte el Papa Francisco a nosotros que vivimos en el siglo XXI, del peligro de trasformar nuestra fe en una ideología. Aquel grupo de judíos había convertido su tradición en un pensamiento cerrado (ideología) y estaban bloqueados para recibir el “nuevo testamento”.
4 - Hacer examen de la oración y ver qué luz nos ha trasmitido de forma más perceptible el Espíritu Santo.
A modo de quinta semana de Ejercicios, recordar a lo largo de la jornada esta luz, para elevar de vez en cuando, nuestro corazón a Dios.
No marcharnos de la oración sin pedir la gracia de hablar más de la Misericordia de Dios que de los preceptos. De pedir la gracia de no olvidarnos, que Dios nos habla de sí mismo como un padre de un hijo prodigo, que todos los días oteaba el horizonte, para ver sí vislumbraba en la lejanía la silueta del hijo que volvía.