Este santo nos ayuda a introducirnos en la oración acompañando piedad y letras, ambas cosas son necesarias para una relación fecunda con Jesucristo, como debe ser la oración de cada día.
Santa Teresa de Jesús quería que sus directores fuesen santos y letrados. A mayor conocimiento debe corresponder un amor más grande.
Con esta idea y con la invocación habitual al Espíritu Santo, nos colocamos en actitud de oración, de apertura a la acción de Dios en nuestras almas. Este preámbulo o “calentamiento” inicial es de vital importancia para que transcurra todo el rato de oración en un diálogo amoroso con quien sabemos que nos ama. No tengamos reparo en invertir una buena parte de nuestra oración en estos primeros instantes.
La primera lectura del libro de Samuel nos indica claramente cómo debe estar acompañada nuestra oración y nuestra vida. Lo mismo que David al traer el Arca de la alianza, haciendo fiesta.
La vida cristiana es fiesta, es alegría, es banquete. David ofreció holocaustos y sacrificios y después repartió un bollo de pan, una tajada de carne y un pastel de uvas a cada uno.
¿Cómo podemos atraer hacia el Señor con cara triste, larga, de vinagre? Por eso nuestra oración y todo lo que hacemos ha de estar envuelto en ambiente de fiesta, de alegría, que no es de jolgorio.
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús….Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Exhortación apostólica Evangelii Gaudium nº 1. Papa Francisco).
Si pasamos a la proclamación del Evangelio de hoy, nos encontramos con una afirmación muy profunda que hace Jesús: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”
Con lo cual nos da la clave para vivir en plenitud el mensaje del Señor, que es cumplir la voluntad de Dios, y esto está directamente ligado a una vida llena de alegría, de plenitud y, si es posible, de entusiasmo.
Como fruto de la oración de este día podemos sacar la conclusión de que tenemos que ser transmisores de la alegría evangélica, para que así se haga atractiva al mundo la voluntad de Dios y se cumpla como un don y no como una carga.
María acogió y vivió esa voluntad de Dios en todo momento. A ella queremos mirar antes de acabar este rato de meditación para que nos acompañe en la feliz tarea de seguir a Cristo y darlo a conocer a los demás.
Que el Señor os colme a cada uno de la verdadera alegría. Amén.