7 de enero – Puntos de oración

Es difícil desprendernos del misterio de Belén. Ahora que se han marchado los magos quizás me sea más fácil acercarme, meterme en la cueva de Belén,” como si presente me hallara”, como nos recuerda san Ignacio, “hacerme un esclavito indigno”, y desde la distancia contemplar la escena.

Pero al poco tiempo de permanecer en silencio y en soledad, contemplando así el misterio, sin decir una palabra, sólo tratando de no perder de vista,  ni un momento a María, José y Jesús, noto que la mirada cálida, alegre y serena de María y José, se ha fijado en mí.

Y desde esta mirada que me atrae con tanta  fuerza me adelanto  y me postro ante Jesús. Ahora, me mira Jesús y me encuentro con su mirada. Parece que me estaba esperando.

En realidad no me dice nada, solamente me mira, pero sus ojos tienen algo especial.  Me inunda  una paz, me invade una alegría, que me siento transformado, como nuevo. Como si hubiera vuelto a nacer de nuevo.

Pues esto es lo que hace Jesús, desde Belén, sin hablar, en silencio y es lo que va a hacer a lo largo de sus 30 años de vida oculta en Nazaret, con tanta  eficacia y plenitud como lo que nos narra hoy el texto del Evangelio.

“El pueblo  que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban  en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”.

Entonces comenzó Jesús  a predicar diciendo: Convertíos, porque está cerca el reino de  los cielos.  Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.

Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores,  endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y Él los curaba. Y le seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén….”

Todavía puedo seguir repitiendo una y otra vez, si me ayuda esta súplica en labios de María: “Que le adore, que le ame, que le espere”.

Te ofrezco otra que yo también he repetido muchas veces en la oración a lo largo de estos días de Navidad. Se la atribuyen a San Agustín:

“ADORA A TU DIOS, ESCUCHA A TU HERMANO, ABRAZA A TU MAESTRO”.

Pidamos a San José y a María que nos ayuden  a adorar, a escucha y abrazar a Jesús, en todas las personas que me encuentre por la calle en este día.

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