El Domingo cuarto de Cuaresma es el
domingo “laetare”, “alégrate”, porque la antífona de entrada de la Misa invita
a alegrarse ante la cercanía de la Pascua: “Alégrate, Jerusalén, gozad y
alegraos vosotros, que por ella estabais tristes”. Ya estamos en el día 26 de
la cuarentena cuaresmal y la proximidad de la Pascua nos da aliento a
perseverar en la austeridad penitencial de estos días.
En el evangelio de hoy, Jesús
responde a Nicodemo que va a verlo en la noche. Busca a Jesús, siente que en Él
está la verdad, pero tiene miedo a declararse discípulo suyo, a dar el salto de
la fe. Jesús le ofrece el gran signo que llama a creer, su cruz y su
resurrección, expresión del gran amor de Dios por la humanidad: “Lo mismo que
Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del
hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó
Dios al mundo que entregó a su Unigénito”. Ese “ser elevado” alude tanto a la
Cruz, en la que Jesús se alza entre el cielo y la tierra, como a la
Resurrección, en la que Jesús se levanta del sepulcro y se eleva como Señor
sobre la muerte.
La Cruz Gloriosa es la gran prueba
del amor de Dios por cada uno de nosotros. San Pablo se deshace, en el texto
que hoy escuchamos de Efesios, en expresiones superlativas para describir un
amor tan incomprensible y sorprendente, tan gratuito y generoso. Son palabras
para saborear en el silencio de la oración. Puedo ponerlas en primera persona
si esto me ayuda a entrar en tan gran misterio de amor:
“Dios, rico en misericordia, por el
gran amor con que me amó, estando yo muerto por los pecados, me ha hecho vivir
con Cristo - estoy salvado por pura gracia -, me ha resucitado con Cristo
Jesús, me ha sentado en el cielo con él, para revelar en los tiempos venideros
la inmensa riqueza de su gracia, mediante su bondad para conmigo en Cristo
Jesús. En efecto, por su gracia estoy salvado, mediante la fe. Y esto no viene
de mí; es don de Dios. Tampoco viene de las obras, para que no pueda presumir.
Soy, pues, obra suya. Dios me ha
creado en Cristo Jesús para que me dedique a las buenas obras, que de antemano
dispuso él que practicase”.
Acoger este amor mediante la fe,
transforma la vida: “La fe en Cristo nos salva porque en él la vida se abre
radicalmente a un Amor que nos precede y nos transforma desde dentro, que obra
en nosotros y con nosotros” (Papa Francisco, Encíclica Lumen fidei 21).
Hoy es un día para pedir que en esta Cuaresma y en esta Pascua tan cercana nos
dejemos transformar por el Amor de Dios, que lo conozcamos a fondo, que lo
contemplemos en la Pasión y muerte en Cruz de su Hijo, quizás acompañándole
estos días mediante el ejercicio del Viacrucis. Que nuestra fe se haga vida
porque creemos en el Amor que Dios nos tiene y nos dejamos invadir por ese Amor
que salva.