1. Oración preparatoria: hacemos la señal de la cruz y nos ponemos en la presencia
de Dios. Invocamos la ayuda del Espíritu Santo y rezamos mentalmente la oración
preparatoria de Ejercicios (EE 46): “Señor, que todas mis
intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y
alabanza de tu divina majestad.”
2. Petición. Pedimos por las intenciones del Papa Francisco
en este mes de marzo: Formación en el discernimiento espiritual. Muy
de nuestro carisma. Señor, haznos fieles discípulos de San Ignacio de Loyola
para que sirvamos a nuestros hermanos buscando en nuestras vidas y ayudando a
buscar en las de los demás la voluntad de Dios en todo lo que hacemos. Danos
Señor la luz para discernir tu voluntad en nuestra vida y la fuerza de voluntad
para llevarla a cabo y aceptarla en todo lo que hacemos y nos sucede, como
hemos pedido en la oración preparatoria.
3. Puntos para orar: la
profecía de Daniel nos muestra un torrente que sale del santuario y que sanea y
purifica y llena de vida todos los sitios por los que pasa. Es el agua pura de
la misericordia amorosa de Dios. Es su voluntad de bien para todos los hombres.
Esta agua es la fuerza del Espíritu Santo que aletea sobre las aguas salobres
de nuestro mundo y quiere llenarlas de vida para que produzcan en nuestras
vidas frutos comestibles y hojas que nos curen de las enfermedades.
Es un torrente que no podemos vadear y que no sufre restricciones ni sequías. Y
la profecía parece que nos invita a utilizar esa agua para llevarla allí donde
está el suelo y el agua llena de la sal de nuestro pecado que esteriliza
nuestras obras. Y me parece una bella imagen de lo que tiene que ser la vida de
un cristiano y que nos decía Abelardo: ser acequias que lleven el agua de la
vida divina a nuestros ambientes. Como el agua que fluye mansa, casi sin
notarse, sin hacer ruido. Con nuestra vida sencilla ofrecida, entre nuestros
hermanos, en los ambientes donde la providencia de Dios nos ha puesto. Buscando
y hallando su voluntad que es esa agua que todo lo sanea y que sacia la sed de
nuestros deseos más íntimos.
El evangelio de hoy nos ofrece la
escena de la curación del paralítico al lado de la piscina de Betesda. En la
escena aparece la pregunta de Jesús: “¿Quieres quedar sano?” El
enfermo no se da cuenta a quién tiene al lado y no le pide nada. Solamente le
expone su situación, sin que aparezca ni su fe ni una petición explicita. Solo
notamos su deseo, que ve poco realizable de ser curado y las dificultades que
ve para conseguirlo. Y Jesús parece que le cura sin ninguna petición por parte
del enfermo y sin ninguna intercesión de nadie. Pura voluntad de Dios que
quiere nuestro bien y actúa cómo y cuándo quiere para conseguirlo. Y después
que el paralítico se ha ido con su camilla y ha tenido que aguantar la
reprimenda de los fariseos, Jesús que le encuentra y que le pide, parece que le
ruega al recién curado, cuando lo vuelve a encontrar en el templo: “Mira,
has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor.” Este
hombre era, seguramente, bastante mayor y había estado treinta y
ocho años paralítico sin poder moverse. ¿Qué pecados llevaría en su conciencia?
No sabemos pero Jesús conoce su corazón y sabe las consecuencias del pecado en
su vida y le pide, parece que le ruega que se convierta. Eso es lo que más le
conviene y lo que desea Jesús de él. Y eso es lo que también nos pide a
nosotros. “No peques más.” Y no es que nos amenace con ningún
castigo. En quedarnos paralizados por nuestros pecados está el peor mal. Jesús
nos advierte que el pecado es lo peor que nos puede pasar y sería la peor
parálisis en la que podemos caer por nuestra culpa y de la que solo nos puede
levantar él. Toda una escena para leerla despacio y considerarla en nuestra
oración. Y oír una y otra vez a Jesús que nos dice a nosotros: “Mira,
has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor.”
4. Unos minutos antes del final de la oración: Diálogo con la Virgen. Avemaría o Salve.
5. Examen de la oración: ver cómo me ha ido en el rato de oración. Recordar si he
recibido alguna idea o sentimiento que debo conservar y volver sobre él. Ver
dónde he sentido más el consuelo del Señor o dónde me ha costado más. Hacer
examen de las negligencias al preparar o al hacer la oración, pedir perdón y
proponerme algo concreto para enmendarlo.