Estamos ya en
Lunes Santo y yo voy a dar unos puntos de meditación que tienen que ver con la
pasión; exactamente voy a hablar de la Coronación de Espinas
La imagen es
sencilla: a Jesús, a mi querido Jesús, le han flagelado y luego le han llevado
a un rincón. Lo soldados están descansando, pero algunos de ellos para
divertirse le desnudan, le ponen encima una capa vieja de soldado de color
rojo, se molestan en ir a algún sitio a por ramas de espinas, trenzan tres de
ellas y se la ponen en la cabeza. A continuación, se ríen, se burlan de Él, le
ponen una caña la mano derecha y Él la coge, se la quitan, le pegan con ella en
la corona de espinas, se la vuelven a poner en la mano, le escupen, y así hasta
que le dicen que tienen que hacer otra cosa con Jesús: sacarle para que le vea
la gente.
Ahora vamos a
pensar en tres cosas. La primera es el dolor físico de nuestro Rey, que nos
abre paso a la segunda, que es qué siente Jesús, y llegamos a la tercera que es
qué piensa el Padre.
Para pensar en el
dolor físico de Jesús no hay más que mirarle con los ojos de la imaginación. Ya
está muy cansado y muy dolorido de la flagelación, está casi muerto. Además, le
ponen la corona que duele, se clavan las puntas de las espinas, que duele. Pensemos
en los escupitajos que le echan a la cara. Si a ti te hubiesen escupido alguna
vez, seguro que te acordabas para toda tu vida. A Él le escupieron muchas veces
y se rieron de él y le hacían burla, supongo que de sus piernas, de sus
heridas, de su humillación, de su cuerpo.
¿Qué pensaba
Jesús? Miramos en primer lugar su paciencia. Le pasa de todo, aguanta todo y
está sentado como nada aceptando todo lo que le cae encima. Por dentro no
piensa contra los soldados, no piensa contra Pilatos no piensa contar a los
sumos sacerdotes, no piensa contra mí. Simplemente está y aguanta.
La divinidad de
Dios desaparece. Ahora Jesús está como un ciudadano normal y corriente
aplastado sin más. Es el Hijo del Hombre.
Y por dentro ¿qué
piensa Jesús por dentro? Seguro que piensa que eso me viene bien a mí, que eso
es la mayor expresión que puede hacer de su amor por mí. Seguramente a estas
alturas de su pasión, como hombre, no es capaz de pensar casi nada. Al
principio, ya pensó eso de que permitía toda la pasión por mí. Como
Dios sigue pensando.
Imagínate que
estás delante de Él; eres invisible para los soldados y tienes las manos
atadas, por lo que no puedes hacer nada, sólo hablarle. Dile algo. Consuélale.
Él te escucha. Como es Dios y hombre supera los límites del tiempo y allí te
estaba escuchando, es decir, no es ficción que le puedes hablar y consolar.
¿Qué harías si tuvieses libres las manos? Pues vente unos siglos hacia acá y
aprovecha a decir y hacer que, en este momento, sí tienes libres las manos.
Ahora nos atrevemos
a subir hasta el Padre. Dios ya sabía todo esto y sin embargo entrego a su Hijo
Unigénito por mí para que fuese feliz en la tierra y en el cielo, para que no
pecase, para que, si me arrepentía se me perdonasen en los pecados (confesión),
para que no fuese al infierno. Dedícate un ratito a estar con el Padre a darle
gracias por su regalo tan sorprendente. En fin, a estar con él un poco.
En tu vida y en tu muerte, puestos en
una balanza, ¿qué van a pesar más: tus pecados o el amor de Jesús?