Es muy probable que pocos se acerquen
este día a tomar los puntos para la oración. Son tantas las ideas que ya rondan
por nuestro interior a lo largo de este tiempo en la recta final que empieza
con la Semana de Pasión a la que le sigue la Semana Santa en la que nos
encontramos a martes, después de haber celebrado el Domingo de Ramos con el que
comienza y en el cual además de haber escuchado el evangelio de la entrada
triunfal en Jerusalén, antes de la misa con la procesión de los Ramos, en la
que hemos aclamado al Señor como los discípulos lo hicieron, así nosotros
también. Pero luego en la misa se lee la Pasión del Señor, momentos que todo el
pueblo guarda un silencio solemne siguiendo la descripción de uno de los
evangelistas, pues es tan impresionante, que en estos días se leerán por tres
para que nos quede bien grabado lo que pasó nuestro Señor por salvar a los
hombres.
Con todo este dosier, para empezar
quizá venga bien lo que nos recomienda san Ignacio: “No el mucho saber harta y
satisface el ánima, sino el gustar y saborear (aquí sí que conviene pasarse en
la aplicación de sentidos para sentir y acompañar cuánto se pudiere con la
gracia) internamente, interiormente, en cualquier pasaje de la escritura o
escena de la Pasión, sin tener prisa por pasar adelante.
Por eso tengo miedo de estropear
vuestro recogimiento acompañando (dolor y lágrimas si las concede, para eso nos
ha dado los sentidos; qué bueno es usarlos en su alabanza y gloria) a Jesús.
Vayan unas pinceladas si os ayudan a los que buenamente os acerquéis a leerlos:
“Señor, que mi oración de este Martes
Santo segundo día de la Semana más santa del año sea una presencia, alabanza,
súplica, que encuentra gracia ante Ti”. Semana para repetir sin cansarnos con
el salmista: “Piedad, Señor, piedad”. ¡Ten piedad de nosotros pecadores! Un
grito como dice en otro lugar, que no se nos caiga del corazón y de los labios:
“Piedad, Señor, piedad”. “Señor, escúchanos y ten piedad, que mi grito llegue
hasta ti. Que te mire y te suplique: Piedad, señor, piedad; que me deje mirar.
Haznos participar en las celebraciones de estos días para que merezcamos el
perdón de nuestras culpas.
Hay dos momentos en el evangelio de
este día que podemos contemplar uno se refiere a Judas y otro a Pedro.
“En verdad, en verdad os digo: uno de
vosotros me va a entregar” y sigue toda la secuencia de la entrega que acaba
con las palabras de Jesús: “Lo que has de hacer, hazlo pronto”
Cuántas veces no vemos reflejados al
darle la espalda, desentendernos, no querer perdonar, no darle lo que nos pide
quizá una invitación que nos ha hecho: “Ven y sígueme”, o cuantas
veces nos volvemos para atrás, nos buscamos excusas, no
tenemos tiempo, lo dejamos para más tarde y nunca llega, perdiendo la gracia del
momento en el que Jesús pasa por nuestra vida y quizá no vuelva como dice san
Agustín y después nos arrepentimos cuando por otras
circunstancias nos damos en la cuenta que suya es la vida, la nuestra; y suyo
es el tiempo y para él no lo tenemos disponible. Cuando nos quejamos. Qué
perniciosa es la queja injustificada, las culpas a los demás, los “esques” que
no sirven para nada más que para alimentar mi ego que siempre llevamos dentro.
El otro momento del pasaje de Pedro
al escuchar del Maestro: “Donde yo voy no podéis venir vosotros”. Ardiente
Pedro quiere saber dónde va y se lo vuelve a repetir: Adonde yo voy no me
puedes seguir ahora, me seguirás más tarde”. Pedro quiere seguirle por todos
los medios: “Daré mi vida por ti”. Cuántas veces en un momento de arrebato
hemos dicho lo mismo al Señor y hemos visto la misma trayectoria que a Pedro y
nos hemos topado con la respuesta que le da a él: “¿Conque darás tu vida por
mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas
negado tres veces”.
Y nosotros cuántas veces todas
nuestras esperanzas no han quedado más que en buenos deseos, que son muy buenos
y a ellos nos atenemos cuando nos faltan las obras: “Señor tu nos conoces y
sabes de qué madera estamos hechos”.
María, queda oculta casi siempre en
la Pasión pero quizá sea el hilo secreto que nos descubra algo de este misterio
de infinito amor del Señor: “A tu lado, Madre junto a Jesús en la Pasión, hasta
la cruz y en la Resurrección, su cruz el llevadera, su carga ligera, tú nos
ayudas, nos guías nos alcanzas su Espíritu para seguirle. Amén. Así sea.