Estamos ya a las puertas de la Semana
Santa y las palabras del Evangelio impresionan. Jesús mira cara a cara su
destino −su muerte− mientras los hombres, en este caso griegos,
continúan el trajín en torno suyo ignorando los acontecimientos que les están
esperando. También nosotros estamos sumidos en las preocupaciones cotidianas,
muchas veces ignorando lo cercano ya de la celebración de la muerte y
resurrección del Señor. Y en este domingo, día del Señor, llamada a dejar lo
profano para elevar nuestra mirada al Cielo, las lecturas irrumpen en nuestra
vida invitándonos a mirar al Corazón de Cristo. Porque hoy Cristo nos abre su
corazón y nos hace la confesión de su alma a las puertas de la Pasión. De ese
Corazón torturado, con miedo, sufriendo por adelantado nos habla la segunda
lectura y el propio Jesús en el Evangelio. ¿Cómo nos suenan estas palabras?:
“mi alma está agitada”, “Padre, glorifica tu nombre”, gritos, lágrimas, podía
salvarlo de la muerte, “aprendió sufriendo a obedecer”.
En el salmo de la misa pediremos a
Dios que nos conceda un corazón puro. Quizá la mejor manera de purificar
nuestro corazón sea acercarnos a su Hijo, Él que ha venido por nuestra
salvación. Hemos ido preparándonos mediante la oración, el ayuno, la limosna,
ahora es el momento de orientar esos esfuerzos hacia el Señor para unirnos más
a Él, pues, en definitiva, es lo único que importa.