Nos ponemos en presencia de Dios
invocando al Espíritu Santo y rezando la oración preparatoria, que es pedir
gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y
operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina
majestad.
Jesús siempre está en camino, siempre
el primero, siempre va delante, siempre sale al encuentro para guiarnos. Esta
vez viene montado en un pollino y con esta acción comienza la Semana Santa al
grito de ¡Hosanna! Con la alegría de ver a Jesús como El Salvador. Se le saluda
con palmas y ramos se le alfombra la calle con capas, gritándole y alabándole
como a un emperador glorioso, pensando en sus milagros y signos como una
solución a nuestros problemas humanos temporales. De ese grito pasamos al de la
codena: ¡crucifícalo, crucifícalo!
El Señor Camina hacia su hora. Esa
hora que el Padre le había preparado desde toda la eternidad.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?
Desde el seno del Padre el alimento
de Jesús es hacer su voluntad, se abaja y se hace uno de nosotros. Por el sí de
María baja a su seno virginal (hoy no podemos celebrar la Encarnación, pero en
este canto del Siervo se nos hace presente), alimentado por la dulce leche de
María y protegido por sus brazos pasa en esta su hora a alimentarse de su agria
pasión y a abrazar los brazos de la cruz para transformar su propio cuerpo en
dulce alimento para nuestra alma.
Todos los días ora al Padre y Él le
responde abriéndole el oído, para que escuche al abatido y le dé una palabra de
esperanza. El Señor humanamente vive en fe sabiendo que el Padre no le
defraudara, que está a su lado. Jesús en oscuridad le sigue alabando. Jesús
está rezando el salmo 21 porque Jesús llama a Dios “papaíto” en su relación
personal. Jesús está gritando su angustia, lo que siente su corazón, está
proclamando su vida (como Jesús es Dios podríamos pensar que Jesús no sufría,
pero sí lo estaba haciendo). Lleva acabo la obediencia sin ninguna ventaja,
obedece con voluntad humana. Sabemos de su angustia en Getsemaní su hora le
desasosiega, sabemos que vive desde la fe.
Está físicamente destrozado, sin
honor ni honra, humillado y despreciado, el pecado le ahoga, está ahí como un maldito
de Dios y le confía su oscuridad y su corazón abandonado.
Sabe que el Padre está con Él porque
el Padre no es el que abandona, es el pecador el que se aleja del Padre. Ese
pecado cargado le impide tener ese contacto íntimo con Él. Jesús en fe sabe que
el Padre está con Él, a Jesús le duele nuestro abandono. Jesús nos enseña a
confiar en medio de la oscuridad, su dolor le lleva a orar y a confiar.
Y oyéndole algunos de los presentes
se burlaban de Él.
Jesús no nos ama de boquilla ni de
broma, Él nos ama hasta el extremo y nosotros nos burlamos de su amor, nos
burlamos de su dolor.
Jesús manda a sus discípulos a
preparar la pascua, les da unas indicaciones. Les saldrá al camino un hombre
con un cántaro de agua; lo tienen que seguir y donde entre allí se celebrara.
Yo veo en ese cántaro de agua la gota que ponemos en el cáliz para la
consagración, es nuestra aportación. Y en esa habitación va a comenzar la
pasión hasta culminarla con el grito del Señor rompiendo el velo del templo, es
como un grito de parto que rompe el velo de nuestro corazón de piedra, allí nos
da su último suspiro y cuando es traspasado nos da un manantial de agua viva
que nunca se acaba.
Terminamos acompañando a María al pie
de la Cruz y examinando cómo nos ha ido la oración.