Empezamos, como cada
día, haciendo silencio. Dejando de lado, por un momento, todas nuestras
preocupaciones para centrarnos en el Señor, que nos espera.
Hoy, la primera
lectura que se leerá en la eucaristía nos habla de tres tipos: Sidrac, Misac y
Abdénago, que bien podrían ser jugadores de la selección de Croacia. Pero no.
Los tres chavales se enfrentaron a un asunto de mayor importancia que conquistar
un mundial de fútbol, que ya es bastante importante… Les querían obligar a
adorar a otros dioses. Les pedían que renunciaran a sus colores, que se
metieran un gol en propia, que traicionaran al míster y a todo su equipo. Si
no, se iban a enterar. Dijeron que pasaban de rollos, que ya sabían de qué iba
la película y que habían entrenado lo suficiente para ese momento. Aceptaron el
fuego, que no les hizo ni cosquillas. Nabucodonossor comprendió que hay equipos
a los que no se puede derrotar y agradeció el espectáculo de valor, confianza y
fe que habían ofrecido aquellos hombres. No sólo triunfaron frente a sus
perseguidores, sino que les dieron un increíble testimonio de fe.
Visto aquello, sólo
les quedó decir lo que recoge el salmo: “gloria y alabanza por los siglos a
Dios”, que es vencedor, liberador, perdonador.
Jesús, en el
evangelio nos propone, seguir sus pasos, permanecer fieles, mantenernos firmes
en la fe, en la esperanza, por muchos problemas que tengamos, por muchos
enemigos que nos persigan. Si lo hacemos «seréis de verdad discípulos míos;
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». ¿Estamos dispuestos a
renunciar al seguimiento del Señor por evitarnos algún disgusto? Sabemos que no
merece la pena. Sabemos que junto a Dios seremos de verdad libres y ni el fuego
podrá con nosotros.
Pidamos hoy en la
oración el don de la fe, de la esperanza, de la confianza que sólo puede nacer
de conocer a Dios profundamente, así que mantengamos nuestro propósito de
oración para mantenernos siempre unidos al Señor en la vida cotidiana y poder
hacerlo cuando lleguen las dificultades.