Acabamos de iniciar el camino
cuaresmal y Cristo nos sale al encuentro en el evangelio de hoy con palabras
claras: el Hijo del hombre tiene que padecer, ser desechado, ser ejecutado…
Y nos dice a nosotros, sus discípulos, los que
queremos seguirle: niégate a ti mismo, toma tu cruz cada día y sígueme.
Es el programa para toda la vida, es el
programa para esta cuaresma 2022: toma tu cruz cada día. Es como decir: no te
bajes de la cruz; yo no me bajé. Cada día trae una cruz, no solo para los
cristianos, para todos. Tómala, abrázala. En ella está Cristo crucificado.
Entonces, ¿qué podemos temer? ¿cómo no abrazarnos a él?
Puede que hayamos estado ayer en una vigilia
de oración, o hayamos dedicado unos minutos intensos a rezar por la paz: Hemos
ayunado, ofreciendo por esa intención los esfuerzos de este miércoles de ceniza
tan especial.
Hoy, ahora, Cristo nos dice: la oración,
claro, es importante, una de las alas para vivir la cuaresma. Pero también la
otra ala, también el ayuno. Y nuestro ayuno puede ser muy bien la cruz de cada
día. Cruces que nos hacen olvidarnos de nosotros mismos, porque consisten sobre
todo en aceptar lo que nos sucede, aceptar de corazón a las personas que se
acercan o coinciden con nosotros, aceptar sobre todo al que sufre o al
necesitado.
Cada día el Señor pone delante de nosotros la
vida y el bien, la muerte y el mal, como al pueblo de Israel ante la Tierra
prometida. Y nos pide elegir el camino de la vida, que es amarle, escuchar su
voz, adherirnos a él. Traducido por el evangelio, eso significa cargar con la
cruz y seguirle a él que, hoy también, repito, hoy también, padece, es
desechado y es ejecutado.
No podemos terminar este momento de oración
sin recordar, pasándolo por el corazón, que el camino de la cuaresma es
preparación para la Pascua. Es seguirle a él, es perder la vida para
encontrarla junto a él, que no solo anunció su pasión y muerte, sino también su
resurrección:
“El que pierda su vida por mi causa la salvará”.