En todos los ciclos litúrgicos, el primer domingo de Cuaresma la Iglesia
nos presenta las tentaciones de Jesús.
Jesús ha acogido la misión encomendada por el Padre. Por eso dice Lucas
que estaba lleno del Espíritu. Una misión que ha empezado desde la encarnación,
y que se intensifica en el momento del inicio de la vida pública.
El desierto es el lugar de la prueba. Y allí es tentado por el demonio.
Quiere apartar a Jesús de su misión, del plan trazado por el Padre.
Convertir las piedras en pan es anteponer sus propias necesidades al
plan del Padre. El demonio le tienta sutilmente presentándolo como una manera
de demostrar que es el Hijo de Dios.
La segunda tentación es la del poder. Conquistar todo el mundo, llegar a
todos los hombres, frente a la pobre influencia en un miserable pueblo sometido
a Roma.
La última tentación es contra el modo de cumplir la salvación de los
hombres. ¿Por qué ese modo humilde, paciente y de siervo sufriente? Un milagro
portentoso como el que le presenta el demonio demostraría a todos que es el
Mesías.
Son dos modos de evangelizar contrapuestos: el camino del poder y la
ostentación, frente al camino del amor humilde, paciente y servicial que es el
de Jesús de Nazaret. Es el camino de la paz fundamentada en el amor de la que
está tan necesitada el mundo.
Santa María, ruega por nosotros.