Iniciar la oración
Nos introducimos en la oración con una actitud de disponibilidad a la voluntad de Dios, con las palabras de Santa Teresa de Jesús: “Vuestra soy, para Vos nací: ¿Qué mandáis hacer de mí?”.
Lo que caracteriza a Santa Teresa sobre todo es su vida de oración, de amistad “con quien sabemos nos ama”. Por eso le pedimos que nos alcance el don de la oración, que seamos testigos de “cómo sabe Dios” para este mundo tan necesitado de experiencia del amor de Dios. Es una sabiduría que se comunica sólo a los sencillos y humildes, como dice Jesús en el evangelio de hoy, por lo que confesamos nuestra pequeñez para alcanzar el favor del Padre.
Puntos de oración
Dios se revela a los pequeños a través de la humanidad de Jesús. Somos seres de carne y hueso y necesitamos ver y tocar: Jesús es el rostro del Padre de los cielos. Así oraba la gran mística Teresa de Jesús y así nos enseña a orar: “Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad, y traerle consigo y hablar con Él, pedirle para sus necesidades, y quejársele de sus trabajos, alegrarse con Él en sus contentos, y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad. Es excelente manera de aprovechar y muy en breve” (Libro de la Vida).
Siguiendo el consejo de Santa Teresa traigamos junto a nosotros la imagen viva de Jesús y escuchemos sus palabras:
En primer lugar, Jesús nos enseña a orar: su Corazón se llena del gozo del Espíritu Santo y se dirige al Padre llamándole “Señor del cielo y de la tierra”. Procuremos unirnos a la alegría y gratitud de Jesús: Si el Padre es Creador y Señor y yo soy su hijo, ¿qué puedo temer? He de hacerme niño para confiar en su bondad y ver su mano providente en los avatares del mundo.
Jesús nos invita después a descansar en Él: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso”. La humildad de Jesús es nuestra paz.
Santa Teresa supo descansar en la oración en Cristo, “amigo que no falla”. A pesar de su poca salud recorrió Castilla y Andalucía fundando Carmelos, “esos palomarcicos de la Virgen, nuestra Señora” (Fundaciones). Consciente de su nada, sabía en quien apoyarse: “Bien veo yo mi Señor, lo poco que puedo. Pero llegada a Vos, subida a esa atalaya adonde se ven verdades, no os apartando Vos de mí, Todo lo podré” (Libro de la Vida).
Para prolongar la oración
Jesús, nuestra vida, está en nuestro corazón. Santa Teresa nos enseña a avivar el recuerdo de este divino morador, pues ¡no estamos huecos!: “Que a mi parecer, si como ahora entiendo que en este palacio pequeñito de mi alma cabe tan gran Rey, que no dejara tantas veces solo, alguna me estuviera con Él, y más procurara que no estuviese tan sucia” (Camino de perfección).