Hoy vas a contemplar la vida de uno de los primeros mártires, el Papa San Calixto I, que resume en síntesis la esencia del cristianismo primitivo.
Ponte en presencia de Dios, rezando la “Oración Colecta” de la Misa:
“Escucha, Señor, las súplicas de tu pueblo,
y concédenos la protección del papa san Calixto I,
cuyo martirio celebramos llenos de alegría.
Por nuestro Señor Jesucristo.”
Calixto vivió en el siglo III. El itinerario de su vida está marcado por la cruz, como si el Señor le hubiera preparado poco a poco para el testimonio supremo del martirio. Fue esclavo; confiando en él, su amo le nombró banquero y administrador de sus bienes; fue condenado varias veces acusado de malversación y mala gestión; en consecuencia, sufrió el destierro en las minas de Cerdeña. Su vida emprende un nuevo rumbo cuando el papa Ceferino (198-217) le ordena sacerdote. Por encargo del papa acondicionó el primer cementerio gestionado directamente por la comunidad cristiana romana, para poder celebrar allí la memoria de los mártires. La cristiandad las conocerá como las catacumbas de san Calixto, en la vía Apia.
A la muerte de Ceferino, Calixto fue elegido papa (217-222). Se distinguió por su caridad y especialmente por la defensa de la fe trinitaria. Su vida no fue nada fácil, pero el Señor le escogió para dar testimonio de Él, el testimonio supremo del martirio. Los cristianos eran acusados frecuentemente como origen de todos los males que aquejaban al imperio. Tertuliano (160-220) lo describe de manera acertada: No hay calamidad pública ni males que sufra el pueblo de que no tengan la culpa los cristianos. Si el Tíber crece y se sale de madre, si el Nilo no crece y no riega los campos, si el cielo no da lluvia, si tiembla la tierra, si hay hambre, si hay peste, un mismo grito enseguida resuena: ¡los cristianos a las fieras!
Calixto fue arrojado a un pozo en el Trastevere, acusado de haber convertido a muchos cristianos.
La primera lectura de la misa nos recuerda el juicio de Dios, algo en lo que san Calixto habría meditado muchas veces y para lo que se había preparado. Unas palabras de san Pablo que nos pueden ayudar a enderezar nuestra vida en el camino de seguimiento del Señor:
“A los que han perseverado en hacer el bien, porque buscaban contemplar su gloria y superar la muerte, les dará la vida eterna.” (Rm 2,7)
Nosotros quizás no tendremos ocasión de dar testimonio del Señor derramando la sangre como los mártires, pero sí que tenemos que preparar el encuentro definitivo con el Señor. Seguramente Calixto había preparado su alma rezando en numerosas ocasiones el salmo que hoy nos ofrece la liturgia. Vamos a unirnos a la oración de los mártires, pidiendo al Señor que nos conceda “la gracia de vivir encendidos en el fuego de su amor”, rezando como oración final el salmo 61:
“Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.
Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.”