15 octubre
"Tengo recio corazón..."
La santa, ímpetu de reforma ardiendo en el más puro amor de Dios, es protectora y adalid de la Iglesia. Al celebrar su fiesta, petición unánime. "Vivir de su doctrina, recorrer el camino de la perfección y encender en nosotros el deseo de la verdadera santidad" (orac. col.)
El amor de Dios lo explica todo en su vida. Sin él, nada se comprende. "Mujercita flaca y débil, aunque fuerte en deseos", el Amor la transformará. Sufrida y audaz, escribirá un día. "Por grandísimos trabajos que he tenido en esta vida, no me acuerdo haberos dicho, que no soy nada mujer en estas cosas, que tengo recio corazón" (Relac. III). Antes que el Amor la llenase, "le basta pensar que es mujer, para que se le caigan las alas". Después: "Me ha dado Dios gran ánimo, y cuanto mayores contradicciones, mayor". A sus carmelitas aconsejará. "No querría yo fueseis mujeres en nada, ni lo parecieseis, sino varones fuertes" (Cam. 3, 4). Para superar una prueba difícil tuvo que ayudarse de todo su valor, "que dicen no lo tengo pequeño, y se ha visto me lo dió Dios más que de mujer" (Vida 8, 2).
"La supliqué fuese mi Madre..."
"Le dio Dios un corazón dilatado como las incontables arenas que circundan la orilla del mar. Gran prudencia y sabiduría" (3 Re. 4, 29). Nos llenamos de confianza al mirarla. También en nosotros el Amor puede hacer maravillas. Hagamos intervenir a la Virgen en nuestras vidas, como ella lo hizo.
Nace el 28 de marzo de 1515 y tenía catorce años. Ávila, corazón de Castilla latiendo bajo pecho abultado de recio granito. Acaba de morir su madre, Beatriz Dávila y Ahumada. Huérfana dolorida, se refugia en una ermita que se alzaba junto al Adaja. "Cuando murió mi madre, fuime afligida a una imagen de Nuestra Señora y la supliqué fuese mi Madre. Conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuantas cosas me he encomendado a Ella" (Vida 1,7).
"Y la supliqué fuese mi Madre"... Conmovida ante el fervor de la niña que lloraba a sus pies, la Virgen aceptó gustosísima. Siempre Ella recibe así estos encargos, los más golosos para su Corazón maternal. Empieza a cumplir su compromiso. Irá metiendo a Dios en el corazón de su hija. Se inicia la odisea de amor que será la vida de Teresa. Un incendio cuyas primeras chispas van a saltar en seguida, aunque tarde años en consumirla.
"Por vía de casamiento me parecía..."
La Virgen encuentra un bautizado genuino en Alonso de Cepeda. Recio y austero castellano, como la amplia muralla de piedra berroqueña que rodea la ciudad con sus torreones y almenas. Está preocupado por Teresa, "la más querida" para él de los once hijos. El fuerte impulso instintivo de su feminidad, la influencia de libros de caballería que había visto en manos de su madre y las amistades superficiales que la rodean, eclipsan el amor de Dios que apuntó en su niñez. "Tenía primos hermanos..., Eran casi de mi edad, pero mayores que yo. Andábamos siempre juntos, teníanme gran amor" (Vida 2, 3).
Hechizada por el sentimentalismo, entabla unas relaciones que "por vía de casamiento me parecía podían acabar bien". La naciente conciencia de su encanto físico, la compañía de una amiga superficial y de primos admiradores, la inclinan a sus dieciséis años a la coquetería y frivolidad. Pero el militante improvisado de la Virgen va a actuar. Su padre la interna en las agustinas del convento de Gracia, extramuros de la ciudad.
"Enemiguísima de ser monja..."
Una transformación radical se inicia. Adiestrada Teresa por la experiencia amorosa que acaba de hacer, desengañada del vacío que le ha quedado en el corazón, María de Briceño, santa religiosa, despierta en ella "deseos de las cosas eternas". Vuelve a lucir el sol de los seis años, cuando en el jardincito de su casa jugaba con Rodrigo a hacer ermitas y leían vidas de santos. A ambos les "espantaba mucho al decir que pena y gloria eran para siempre en lo que leíamos... Acaecíanos estar mucho rato tratando de esto, y gustábamos de decir muchas veces: ¡Para siempre, para siempre! En pronunciar esto mucho rato, era el Señor servido me quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad" (Vida 1, 5).
La nube de sentimentalismos que la llevaron a las agustinas, empieza a disiparse. "Vine a ir entendiendo la verdad de cuando niña: de que era todo nada, y la vanidad del mundo, y cómo acaba en breve" (Vida 3, 5). Se da cuenta que el amor del hombre no dura ?para siempre, para siempre! Había entrado en el convento de Gracia "enemiguísima de ser monja" (Vida 3, 1). Al año y medio, enferma, saldrá hacia Hortigosa y Castellanos de la Cañada, pero ya ha picado en el anzuelo. La Virgen se servirá de las lecturas que allí haga y de las charlas con su tío, Pedro de Cepeda. Se decide, en medio de la gran repugnancia que siente.
"Se arrancaba mi alma..."
Alborea un día de octubre, 1536. Tiene veintiún años. Calles de Ávila todavía desiertas. Cerradas aún las puertas de las casas. Sale sigilosa. Convencido y animado por su hermana, le acompaña Antonio. Va a pedir hábito entre los dominicos. Las pisadas de los fugitivos resuenan en el silencio de calles tortuosas y heladas. Atraviesan la ciudad de Sur a Norte. Quedan atrás la casa solariega en que duerme don Alonso, aquella callejuela donde los primos de Teresa paseaban en los tiempos de sus devaneos, e iban a hablar y jugar con ella.
A la luz del día que ya clarea destaca, cada vez con más fuerza, la silueta rígida y austera de la muralla... Han llegado a la Encarnación bajando por el valle de Ajátes. Su espíritu no podía olvidar al padre querido y abandonado. "Cuando salí de casa de mi padre, no creo será más el sentimiento cuando muera, porque me parece que cada hueso se apartaba de sí". (Vida 4, 1). Dura fue la separación. Al ver morir a su padre años adelante, escribirá: "Se arrancaba mi alma cuando veía acabar su vida, porque lo quería mucho" (Vida 7, 14).
"Arrojéme cabe Él con grandísimo..."
El fuego prendido por la Virgen incendiaba ya su corazón. Sólo era el comienzo. El ardor de divina caridad irá consumiéndola hasta inflamarla con la visión del ángel perforando corazón. María cumplía el encargo de Teresa adolescente.
Está ya en la Encarnación, 1536. Unas doscientas mujeres, no todas monjas. Pocas horas de oración y mucho locutorio, sin rigurosa clausura. Ambiente poco propicio a la intimidad con Dios. Pasan veinte años. Vida disipada... Es "el tiempo de sus infidelidades", dice ella.
Teresa ha enfermado gravemente, ha visto morir a su padre. Ni siquiera esto la hace arrancar. Es la visión de Cristo llagado en aquel Ecce Homo. "Fue tanto lo que entendí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía. Arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle" (Vida 9, 1).
"Ni se contenta el alma con menos que Dios"
El prodigio de la Transverberación inmortalizado por Bernini en la iglesia de Sta. María de la Victoria de Roma, tiene lugar hacia 1558 cuando tiene unos 43 años. Una lápida en su celda, convertida hoy en capilla, lo recuerda. Un ángel la traspasa el corazón con un dardo de oro acabado en punta de fuego.
"Me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor y tan excesiva la suavidad que no hay que desear se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios que suplico yo a Su Bondad que lo dé a gustar a quien pensare que miento" (Vida 30, 13).
"Me parecía que andaba entre ángeles"
Su vida cambia de signo. Aunque el ambiente de la Encarnación nada le favorece, con la oración triunfa. Rudo y perseverante fue su trabajo. Acabó ganando la gran batalla de la oración, decisiva en la historia de las almas... "Pasé en este mar tempestuoso casi veinte años, con estas caídas y con levantarme y mal, pues tornaba a caer". Con tenacidad y exquisita fidelidad, se abre paso luchando contra sequedades y distracciones.
Triunfa de la más peligrosa tentación que jamás tuvo. Dejar la oración, pues no conseguía nada, según le insinuaba el enemigo. Empuña el ariete que utilizará ya siempre en las grandes dificultades. Se dice: "Teresa, ten fuerte". Ha encontrado en la oración poderosa arma que la defenderá. En ella se troquela la futura Reformadora.
Va a empezar sus andanzas. "Fémina inquieta y andariega", dirán sus enemigos. La carrera de fundaciones se inicia en San José de Ávila. 24 de agosto de 1562. Cuatro jóvenes se habían ofrecido a la aventura. Se les da el hábito, se hace el Santo Sacrificio. Así, sin que la ciudad se aperciba, queda establecida la Reforma del Carmen. Se ha estrenado el primer convento en la casita de Juan de Oválle y su hermana Juana de Ahumada.
Teresa utiliza allí a la que luego llamaría "su Priora", la Virgen y a San José, "mi verdadero Padre y Señor". Les encargó el incipiente monasterio. No sólo se restablece la Regla del Carmen en su primitivo esplendor. Un espíritu evangélico íntegro y perfecto, unos nuevos primeros cristianos, una vida tan pura de oración, retiro, amor y sacrificio, que con razón pudo decir la santa reformadora, refiriéndose a sus monjitas, que "le parecía que andaba entre ángeles" (Fund. 1, 6).
“¡Dar osadía a una hormiga!"
Teresa estaba encendida en amor. Se sentía quemar como Jeremías. "Era un fuego ardiendo en mi corazón, encerrado en mis huesos. No podía contenerlo" (20, 9). Desde este momento su vida fue agitada hasta lo inaudito. El Amor no la deja reposar. Se suceden las fundaciones sin interrupción. No ha terminado una, y ya la están esperando a la puerta del convento con cartas y recaudos para otra.
No importan distancias, casi siempre muy largas. Ni el rigor de las estaciones ni lo infame de los caminos pueden detenerla. Ella que nunca había pensado en más conventos que el de San José. Allí encerrada con aquellos ángeles de sus hijas, se santificaría y moriría tranquila. Pero los designios del Señor son tan contrarios a las matemáticas humanas... Llevaba unos cuatro años en San José, y, estando en oración, una voz le dice: "Espera un poco, hija, y verás grandes cosas" (Fund. 1,8).
Era el toque de alerta, la orden de partida. Al poco tiempo salía camino de Medina del Campo. Luego, en cadena, nuevas fundaciones: Malagón, Valladolid, Duruelo -primero de los descalzos-, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba... Asombroso, si pensamos que esta mujer casi siempre estaba enferma, frágil de cuerpo. "Las mujeres no somos para nada", escribía a Gracián. Y sin embargo, se lanza decidida. "Bien veo yo, mi Señor, lo poco que puedo. Pero, llegada a Vos, subida a esa atalaya adonde se ven verdades, no os apartando Vos de mí, todo lo podré" (Vida 21, 5). Se multiplican los carmelos, "estos palomarcicos de la Virgen, Nuestra Señora, y comenzó la divina Majestad a mostrar sus grandezas en estas mujercitas flacas" (Fund. 2,5). Ella misma, rebosando gratitud, se admira: "¡Cómo mostráis, Señor, vuestro poder en dar osadía a una hormiga!" (Fund. 25,7).
"Mi Priora hace estas maravillas"
Priora de la Encarnación 1571, 7 de octubre. Batalla contra los turcos en aguas de Lepanto. Santa María de las Victorias da el triunfo a la cristiandad. También a Teresa recibida con hostilidad por ciento treinta religiosas refractarias a la Reforma. Toma posesión de su cargo. Sala capitular. En el sillón prioral, una imagen de la Virgen de la Clemencia con las llaves del convento en la mano.
Teresa se sienta en el suelo a sus pies. Entran las monjas. Unas, temerosas. Otras, desconfiadas. En actitud expectante, las más... Teresa, con tacto exquisito, se las gana a todas. Meses después en la Cuaresma de 1572, no hubo un solo visitante en los locutorios de la Encarnación. La santa lo atribuye todo a la Virgen. "Mi Priora hace estas maravillas" (carta a M. Mendoza, 2-3-1572).
Transcurridos los tres años de priorato, queda libre para nuevas correrías. Hasta entonces, el centro geodésico de todas sus expediciones había sido Ávila, cuna de su vida de mujer, de monja, de reformadora. Cielo límpido, atmósfera transparente cobijando con manto de luz el recinto amurallado de la ciudad, sus pedregosos campos, "tierra de cantos y de santos", el ingente macizo de Gredos en la lejanía...
Ahora la reclama Andalucía. Allá va después de fundar Segovia... Beas, Córdoba, Sevilla, será el itinerario de la andariega castellana por las bellísimas y ardientes, más en aquel estío de 1575, tierras andaluzas. Las carretas entoldadas ardían. "Como había dado todo el sol a los carros, era entrar en ellos como en un purgatorio" (Fund. 24, 6). Teresa calenturienta. Nada le espanta. El fuego la consumía. Ese holocausto de corazón a que alude el Profeta le agradó tanto al Señor que pediremos a Dios en la Santa Misa acepte nuestra ofrenda. "Te fue agradable el don de sí misma que te ofreció la santa, haz que sean también gratos a Tu Majestad los dones que Te presentamos" (orac. of.).
"Gran cosa es lo que agrada al Señor..."
La tormenta se desata. Calumnias, enredos, persecuciones envidias. Venían fraguándose desde los primeros días de la Reforma. Los calzados declaran guerra a los descalzos. 1575, y estalla el temporal. El Capítulo general de la Orden dicta penas contra los descalzos. La Madre recibe notificación de recluirse en uno de sus monasterios y no salir nunca. Escoge Toledo. Arrecia el vendaval...
Ella no pierde la paz. Empieza la más sublime de sus obras, las Moradas. "La paz interior, y la poca fuerza que tienen contentos y descontentos para quitarla, de manera que dure esta presencia de las Tres Divinas Personas..., y tras tantos bienes que no se pueden decir". En apacible quietud previene a sus monjitas de un peligro. "Cuán grande yerro es, por mujeres espirituales que sean, no ejercitarse en traer presente la Humanidad de Nuestro Señor..., y a Su gloriosa Madre" (Mor. III 1,3). No olvida, pues, a María. Allí escribirá también: "Gran cosa es lo que agrada a Nuestro Señor cualquier servicio que se haga a Su Madre" (10, 2).
Cuatro años más tarde acaba la reclusión. Levantan la sanción que pesaba sobre ella hacía tres, de no fundar ni visitar conventos. Valladolid, Salamanca, Malagón, la reclamaban desde hacía tiempo. Allá va la santa. Le encanta la soledad de Malagón. Fatigada de tantos negocios como pesaban sobre ella desde hacía años y deshecha de tanto sufrir, en la deliciosa soledad de la villa manchega se encontraba a gusto entre sus hijas. Pero nuevas fundaciones la esperan.
"Quedóme gran deseo de servir a esta Señora..."
A pesar de su salud arruinada, surge Villanueva de la Jara. De camino, en Valladolid, nueva enfermedad. Tan grave, dice, que, "pensaron que muriera" (Fund 29, 1). Decide abandonar el proyecto de fundar en Palencia, Soria y Burgos. Pero lo acomete fiada de Dios. "Estando yo un día acabando de comulgar, díjome Nuestro Señor como reprensión: '¿Qué temes? ¿Cuándo Te he faltado Yo?. El mismo que he sido, Soy ahora. No dejes de hacer estas fundaciones' (Fund. 29, 6).
Erigida Palencia el 2 de enero del año de su muerte, sale de Ávila con dirección Burgos. Días crudos, caminos helados. Nieves y hielos, vientos y lluvias azotan sin descanso las llanuras desamparadas de Castilla. Funda en Soria. Surge Burgos, última fundación, una de las más arduas.
La Virgen sonríe desde el cielo, mientras chirrían por tierras de España carretas repletas de monjas que suspiran y rezan, cantan y aman... Emocionada Teresa muchas veces al palpar los milagros, repetía: "Mi Priora hace maravillas". Crece su amor a María.
"Un día de la Asunción de la Reina de los ángeles y Señora nuestra..., se me representó su subida al cielo, y la alegría y solemnidad con que fue recibida, y el lugar donde está... Quedóme gran deseo de servir a esta Señora, pues tanto mereció" (Vida 39, 26). Una gran alegría la invade el 8 de septiembre. "Nace la Virgen para Dios, debo yo también nacer", dice. Se le ocurre renovar sus votos, "y, queriéndolo hacer, se me representó la Virgen, nuestra Señora..., y parecíame los traía en sus manos" (Vida, 48).
"Cantaré eternamente las misericordias..."
Va quemando etapas. La estación de término está cerca. La espera junto al Tormes. "Se espantaría cuán vieja estoy y cuán para poco", escribía Teresa desde Burgos, siete meses antes de su muerte. El cuerpo de la Santa se sentía desfallecer, débil, achacoso, quebrantado. Multitud de viajes incómodos en pésimas condiciones, largas y molestas enfermedades, contradicciones y sufrimientos al por mayor lacerando su alma.
En este estado sale de Burgos a fines de junio. Desfallecida, medio muerta, entra en Alba el 20 de septiembre al atardecer. "¡Válame Dios, qué cansada me siento!", dice al llegar al convento. "Hija -dice la santa a su enfermera-, la hora de mi muerte es llegada... Señor, ha llegado ya el momento de vernos. ¡Hacía tanto tiempo que lo estaba esperando!..." y pidió el viático... Era la tarde del 3 de octubre.
Las monjas rodean el lecho. Entre sollozos y plegarias, se oye la voz agonizante de la Madre. Pide perdón. Exhorta a la guarda de la Regla. De repente, su faz se reanima. Una expresión de dulcísima confianza la invade. Se oyen sus últimas palabras: "En fin, Señor, soy hija de la Iglesia". Ya no habló más..., pero empezó a entonar para siempre el salmo 85, su canción predilecta: "Cantaré eternamente las misericordias del Señor" (antíf. com.)
Filigrana fascinante
Así está esperándonos en el cielo. Canta la misericordia de Dios, porque gracias a Él logró un corazón virginal, triunfante de "amorcejos humanos, de esotras afecciones bajas que tienen usurpado el nombre al verdadero amor". (Cam 6,7). Corazón delicado, ardiente, apasionada sensibilidad, Teresa se sentía esclava, "porque en esto de dar contento a otros, he tenido extremo..., y en mí ha sido gran falta" (Vida 3,4). Sólo el amor de Dios la libertó. La Virgen, su "Priora", sin cansarse, intercedía por ella. Las gracias recibidas al morir su padre, la fuerte emoción del Cristo llagado, la lectura de las Confesiones de San Agustín, la acción directa del Espíritu Santo..., plasmaron esta filigrana fascinante.
Dios la va llenando hasta que un ángel incendia en amor divino el alma tan femenina de Teresa para hacerla invulnerable a los afectos humanos. Corazón virginal, ya puede ser madre de las almas, fundadora. Su vida se extingue en la tierra en un incendio de caridad, mientras su alma, remonta a elevado trono de gloria celestial.
Mano blanca y pequeñita
"Mujer castellana. Mujer de la gran cabeza", así la califica un contemporáneo. Castellana de pura cepa. Recio temple y ardiente corazón. Débil ante el cariño, invencible cara a la adversidad. Está ya en el cielo. Intercede por nosotros. Nos alcanzará un corazón virginal, para que "alimentados con el Pan del cielo y siguiendo su ejemplo, lleguemos con ella a cantar eternamente las misericordias del Señor" (orac. com.).
Su mano nos conducirá. La mano que toma las disciplinas en la Encarnación, la que hila la rueca en S. José de Ávila, la que levanta conventos y viaja en carretas, la que agita sonajas y mueve palillos de tamboril en Navidad, la que escribe el Camino o las Moradas... La mano blanca y pequeñita, delicada y exquisita de una mujer santa y española, bautizada coherente del siglo XVI.
(P. Tomás Morales, S.J.)
Bibliografía
S.T. de J., Obras Completas, BAC, Madrid 1977.
S.T. de J., Obras Completas, Edit. Monte Carmelo, Burgos 1990.
E. de la Madre de Dios y Otger Steggink, Tiempo y vida de S.T., BAC, Madrid 1968.
M. Auclair, S.T. de J., Epalsa, Madrid 1991.
D. Deneuville, S.T. y la mujer, Herder, Barcelona 1966.