Invocación:
Espíritu Santo, ayúdame a remover toda tiniebla de pecado de mi alma. Haz que mi corazón sea tan blanco como la nieve y concédeme humildad, paz y amor. Virgen María, madre de Jesús y madre mía, ruega por mí para que nunca el rostro de Dios se aparte de mí. Madre Santísima, ayúdame a ser fiel discípulo de Cristo, lleno de caridad para con mi prójimo.
Meditación:
Después de una atenta lectura de los textos sagrados, nos ubicamos en la escena que es narrada en el Evangelio de hoy. Jesús es presentado en plena actividad apostólica. Es el Maestro que ya ha captado la atención del pueblo; es la sabiduría del Verbo de Dios hecho carne que se prodiga en medio del pueblo de Israel. Ésta llega al fondo del alma y su verdad ilumina todos sus ámbitos, al punto de darle plenitud. Sin embargo, el hombre no siempre ha está dispuesto para reconocer la verdadera sabiduría. Hoy como ayer son muchos los obstáculos que minan su espíritu, que lo expone a perder la oportunidad del encuentro con ella (la sabiduría) y, por tanto, se pone en riesgo de hundirse en su ignorancia y perderse el abrazo definitivo con Dios.
De la multitud, un hombre le pregunta, si se serán pocos los que se salven. Este hombre representa a Israel, que como pueblo fue llamado a reconocer a Jesús, como el Mesías esperado y anhelado. Muchos de estos hombres y mujeres se sintieron atraídos por Jesús, pero como la semilla arrojada en el piso, en las espinas o entre piedras pronto se les apagaba sus entusiasmos. Muchos lograron entrar en la perspectiva de su misterio divino: Recordemos a Zaqueo, a la Samaritana, a Nicodemo. Muchos recibieron el bien de sus milagros: el ciego Bartimeo, los diez leprosos, la pecadora arrepentida. Muy pocos entraron en el ámbito de su amistad: los Apóstoles, entre ellos Judas Tadeo y Simón, a quienes hoy día la Iglesia celebra su fiesta litúrgica.
La respuesta de Jesús no se deja esperar. Va directo al centro del corazón humano. Lo despoja de toda superficialidad y lo enfrenta con su verdad personal. En un principio, parece que advirtiera que esa pregunta no tiene sentido si en la propia vida no tienen peso el Decálogo y el Mandamiento del amor; si la vivencia de la fe es compartida en partes iguales con los intereses del mundo.
Sabemos que los intereses de Israel dejaron de ser los intereses de Dios. Se interesaron más a preservar su status religioso formal que arriesgarse a aceptar el Evangelio. Prefirieron la “puerta ancha” que les permitía convivir con un corazón lleno de envidias y odios a vivir con un corazón transparente donde reinasen la verdad y la caridad.
Los cristianos, hoy como ayer, también podemos sentir las lacerantes palabras de Jesús: “muchos serán los que busquen entrar y no podrán... y llamarán a la puerta diciendo: “Señor, ábrenos”. Y el responderá: “No sé de dónde son”.
San Pablo en la carta a los Romanos nos da una clave esperanzadora: “A los que antes conoció, a ésos los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo … y a los que predestinó, a ésos los llamó; y a los que llamó, a ésos los justificó, y a los que justificó, a ésos los glorificó” (vv 29-39).
Demos entender que todo ser humano por ser creatura de Dios está predestinado a ser como Jesús. Por eso Dios, a través de Jesús, continúa llamando a todos para que participen de su salvación. Esta tarea de la justificación es la que debemos llevar a cabo en nuestra vida siguiendo el camino del Decálogo y del Mandamiento del amor cristiano, de la oración y de la práctica de las virtudes, de la fe de la esperanza, de la humildad, del amor al prójimo, sobre del más necesitado de misericordia.
El Señor de los Milagros, cuya memoria se celebra en Lima (Perú) y que representa Cristo muerto en la Cruz en aquel primer viernes santo, nos puede servir de guía en nuestra vida. Para el cristiano la Cruz es la imagen de esa puerta estrecha que nos conduce al Reino de Dios y a algo mejor: a sentarnos en la mesa de Dios.
Santa María, puerta del cielo y estrella de la mañana, suplicamos tu protección maternal y tu intersección para que, siempre y sin desfallecer, busquemos a Cristo; para que al encontrarlo, escuchemos su Palabra, la pongamos en práctica y seamos fieles discípulos suyos y así poder amarlo sobre todas las cosas.