En la presencia del Señor, invocando la ayuda del Espíritu Santo, Santa María y san José, con tan buenos guías hoy tiene que ser inmejorable nuestra oración.
Con la oración preparatoria de Ejercicios que nos recomendaba Fernando Martín para este año:
“Que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean orientadas en servicio y alabanza de vuestra divina Majestad”. O bien: “Tomad y recibid…” Para “en todo amar y servir”.
Pidamos la gracia de conocer y distinguir las varias mociones que en el ánima se causan, las buenas para aprovechar, y las malas para lanzar. Como dice san Ignacio en otra regla de discreción de espíritus: “Conocimiento de los engaños y astucias del enemigo para de ellos me guardar y de las gracias del bueno para de ellas me aprovechar”.
Al leer lo anterior, nos damos cuenta de la importancia que esto tiene para nuestra vida espiritual: Discernir en todo momento la voluntad de Dios, qué es lo más importante... Por eso nos tenemos que preguntar en el examen tanto de la oración como del día: ¿He hecho la voluntad de Dios? Ésta se manifiesta por el deber, el horario, el estudio, la convivencia, el apostolado y sobre todo la oración.
Hoy nos presenta la Iglesia a un mártir, San Ignacio de Antioquía, discípulo de los apóstoles, una figura colosal que a todos nos electriza y enardece por el deseo de ser testigo, “trigo molido en los dientes de las fieras”, y dar su sangre por Cristo.
De camino a Roma donde será martirizado, le salen al encuentro los cristianos cuya despedida es emocionante, se abrazan a él, lloran, quizá quieren seguirle, pero se entera de que algunos se han adelantado y quieren evitarle la muerte y escribe una carta a los romanos, que como dice el P. Morales: “Es un himno sublime a la caridad de Cristo, hace vibrar las fibras más hondas de su corazón arrebatado de amor. Efusión divina de lirismo desconocido en las literaturas humanas. No hay monumento alguno en la antigüedad cristiana que iguale el patetismo de esta carta inmortal de Ignacio en la que nos dice: “Pedid para mí las fuerzas interiores y exteriores…No os pido otro favor, sino que me dejéis ser inmolado por mi Dios. Rogad a Jesucristo por mí, para que las fieras me hagan víctima y hostia digna de Dios… el príncipe de este mundo quiere arrebatar y frustrar los deseos que tengo de Dios…No os domine la pequeñez de corazón, aunque yo mismo os lo pidiese, cuando esté ahí, no me lo creáis. Creed más bien esto que ahora escribo. Vivo estoy y os lo escribo. Deseo morir. Temo mucho a vuestro cariño, no me vaya a ser funesto. Vosotros podéis conseguir con facilidad lo que deseáis, pero a mi me va a ser muy difícil alcanzar a mi Dios, si vosotros ahora no me dejáis…No os pido sino que me dejéis ser inmolado por Dios, que ya está preparado el altar (anfiteatro)”.
“Camino gustosísimo a morir por Dios… Dejadme ser pasto de la fieras por las cuales se alcanza a mi Dios. Trigo soy del Señor y en los dientes de las fieras debo ser molido para convertirme en pan purísimo de Cristo. Acariciad más bien a las fieras para que sean pronto mi sepulcro.”
Con estas ideas no nos queda más que salir de la oración para ser pan molido por las fieras del mundo de hoy, que nos acecha y atrapa, para salir airosos, pues Cristo está con nosotros y nada ni nadie podrá separarnos de su amor.