Puntos para la oración 30 octubre 2009

Jesús, tocando al enfermo, lo curó” (Lc 14,4)

Madre, que le toque, que me deje tocar. ¿Cómo no recordar las palabras y aún el tono de voz con que el P. Morales iniciaba la primera meditación de sus tandas de ejercicios Espirituales?: “Habían venido para ser curados de sus enfermedades; todos cuantos le tocaban quedaban curados”. “Y todos cuantos tenían enfermos se acercaban a Él y procuraban tocarle porque un poder oculto se escapaba de Él y los curaba a todos”.

En nuestra oración de mañana vamos a tratar de tocar a Cristo, de dejarnos tocar el corazón por Él. ¿Cómo podemos tocarle? “Fide tangitur Christus”, dice san Agustín: se toca a Cristo por la fe. Y nos vuelve a repetir el santo: “Toca a Cristo quien cree en Él”. Y sigue diciéndonos el P. Morales: “No es un pacto material, es un tocar a Cristo creyendo en la virtud salvadora que se encierra en esa humanidad santísima en la cual se encarnó el verbo divino. Que le toque, Madre, que le toque para ser curado de mis enfermedades. En un momento puedes quedar curado si tienes fe y te dejas tocar por Cristo”.

El medio de ponernos en contacto con Cristo es la fe en su divinidad, en su omnipotencia, en el valor infinito de sus satisfacciones, en la eficacia inagotable de sus méritos. Creer, pues, en su divinidad es el medio que nos pone en contacto con Cristo, fuente de toda gracia y de toda vida. Cuando leemos el Evangelio y repasamos en nuestro espíritu las palabras y las acciones del Señor; cuando en la oración y en la meditación contemplamos sus virtudes, y, sobre todo, cuando nos asociamos con la Iglesia en la celebración de sus misterios; cuando nos unimos a Él en cada una de nuestras acciones, ya comamos, ya trabajemos, o ya hagamos cualquier cosa honesta, en unión con las acciones semejantes que Él mismo realizó viviendo en la tierra; cuando hacemos todo esto con fe y amor, con humildad y confianza, sale de Cristo una fuerza, un poder, una virtud divina, para iluminarnos, para ayudarnos a eliminar los obstáculos que se oponen a su acción en nosotros, para producir la gracia en nuestras almas.

Hay un poder especial que se comunica a través del tacto. Cuando la madre posa su mano sobre el rasguño que se ha hecho su hijo al caerse; cuando apoya su mano sobre la frente febricitante del hijo; cuando tomamos entre las nuestras la mano del enfermo agonizante; cuando estrechamos entre nuestros brazos al amigo que acaba de perder un ser querido…

La misma liturgia, como si de un sacramental se tratase, se sirve del sentido del tacto a través de sus ministros: Haciendo la señal de la cruz sobre la frente del recién bautizado; tocando la mejilla del confirmando; imponiendo las manos sobre el nuevo sacerdote recién ordenado, o sobre el penitente…. Si san Pablo nos indica que “fides ex auditu” (Rom 10,17), —la fe se adquiere por el oído—, también podemos afirmar que místicamente nuestra fe se robustece por el tacto, por esta forma de tocar a Cristo que nos ha mostrado san Agustín.

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