Puntos para la oración 12 octubre 2009

Rezamos en el himno de Laudes de esta fiesta:
"Santa María del Pilar, escucha nuestra plegaria, al celebrar tu fiesta, Madre de Dios y Madre de los hombres, Reina y Señora. Tú, la alegría y el honor del pueblo, eres dulzura y esperanza nuestra: desde tu trono, miras, guardas, velas, Madre de España. Árbol de vida, que nos diste a Cristo, fruto bendito de tu seno virgen, ven con nosotros hasta que lleguemos, contigo al puerto".

Y el himno de Vísperas resume los anhelos que todos los cristianos españoles y de todo el mundo, que hoy celebran la fiesta de Nuestra Señora del Pilar, debieran procurar vivir a lo largo de toda su vida:
"Esa columna, sobre la que posa, leve sus plantas tu pequeña imagen, sube hasta el cielo: puente, escala, guía, de peregrinos. Cantan tus glorias las generaciones, todas te llaman bienaventurada, la roca firme, junto al Ebro enhiesta, gastan a besos. Abre tus brazos virginales, madre, vuelve tus ojos misericordiosos, tiende tu manto, que nos acogemos, bajo tu amparo".

Del Evangelio:
Hoy, con este breve Evangelio, notamos el sabor del pueblo sencillo que —admirado por la figura de Jesucristo— se expresa de una forma espontánea por boca de una mujer: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» (Lc 11,27). Este piropo que a través de Cristo se dirige a María, el Señor lo acepta complacido, pero prefiere añadir algo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28).

Se podría decir que se añade una nueva bienaventuranza, la de la Palabra, que constituye al mismo tiempo un nuevo piropo a María Santísima, esta vez por parte de su Hijo. Porque Ella fue la primera que escuchó y aceptó la Palabra de Dios en el anuncio del Ángel con su “fiat” incondicional. Su «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38) fue un asentimiento de fe que abrió todo un mundo de salvación. Como dice san Ireneo, «obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano».

Esta bienaventuranza de la Palabra nos recuerda también aquel otro pasaje evangélico, en el que Jesús llama familiar suyo a todo el que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,21).

María es Madre de la Iglesia. María es Madre de todos los que sinceramente aceptan la Palabra de Dios e intentan cumplirla alegremente como hijos suyos. La altura que la Virgen alcanza en la fe, mediante la escucha y la práctica de la Palabra de Dios, la convierte en un claro ejemplo de fe para el discípulo de Cristo. La figura de María nos enseña que creer en la Palabra de Dios (escucharla y practicarla) supone un cambio radical en nuestra vida diaria.
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"¡Qué pequeña eres, pero qué influencia tan grande tienes!" dijo Juan Pablo II en una de sus visitas a la Virgen de la columna. Y así es efectivamente. Los 38 cm. de la imagen de la Virgen del Pilar, sobre una columna de jaspe de 1.77 m., parecen la viva expresión material del Magnificat: "Ha mirado la pequeñez de su sierva… Ha hecho grandes cosas por mi".

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