Ayer celebramos la fiesta de Nuestra Señora del Rosario o Santa María de las Victorias. Bajo la protección de María queremos vivir también este día. Si Ella protegió de manera especial a los cristianos en la batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, también lo hará en este día con nosotros.
Lee muy despacio el evangelio de este día y repite el versículo del Salmo 1: “Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”. El que confía en el Señor recurre a Él con sencillez, pidiendo, buscando y llamando. ¿Seré escuchado? Haz la prueba. Tu oración será escuchada.
Si realmente nos sintiéramos hijos, como realmente lo somos de Dios Padre, confiaríamos en él. Esto es lo que hacen todos los hijos pequeños, todo lo esperan de sus padres, porque ellos ni tienen nada ni pueden nada. Con la edad a veces olvidamos que seguimos siendo hijos pequeños de Dios, estamos en sus manos providentes. Escuchemos con atención las palabras del Señor. No son una sugerencia o un consejo, son un mandato, están en tiempo imperativo: Pedid, buscad, llamad.
Pedid, buscad y llamad. Esto es lo hace espontáneamente por naturaleza el niño pequeño. Nosotros también palpamos, cada día, que necesitamos de la ayuda de los demás en todos los campos de la vida. También en la vida espiritual.
- Pedid: podía enumerar las virtudes que necesito vivir, tanto las teologales como las cardinales: Pedir al Señor el don de la fe. “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. “Hombre de poca fe, ¡por qué has dudado? “. “El justo vive la fe”… Pedir con fuerza cada día en la presencia de Cristo en la Eucaristía, creer en la resurrección de los muertos y en la vida eterna.
“Porque quien pide recibe”
- Buscad: Lo mismo que el Señor me busca y me espera como el buen pastor o como padre del hijo pródigo, también desde mi pequeñez quiero buscar a mis hermanos perdidos para llevarles junto al Jesús. Para buscar hay que salir de mi caparazón y ofrecer lo que tenga, la fe en la vida. La vida merece ser vivida con todas las consecuencias. La esperanza del verdadero Reino de Dios, donde reinará la justicia, la verdad y paz.
“Porque el que busca encuentra”
- Llamad: porque “el Señor está allí, cuando creemos estar solos, Él nos contesta cuando nadie nos responde y Él nos ama cuando todos nos abandonan”. Seguramente en algún momento te has sentido realmente solo. Algo comprenderemos de la mayor enfermedad de los hombres de hoy en la era de la cibernética: la soledad. La soledad del corazón en medio de grandes multitudes y rodeado de personas por todas las partes y cada uno vive encerrado en su soledad.
Sólo hay que ser sencillo para pedir. Este mediodía, cuando escribo estas reflexiones, llamó a nuestra puerta un señor joven que venía pidiendo comida. Apenas dio explicaciones, solamente se humilló y le dimos parte de nuestra comida. Seguramente se animaría a seguir llamando a otras puertas para poder llevar un poco de comida a sus hijos.
“Porque al que llama se le abre”
Petición final: “Ábrenos el corazón, Señor, para que aceptemos las palabras de tu Hijo”.