–Romanos 8,12-17: Somos hijos adoptivos de Dios, por eso clamamos: ¡Abba! ¡Padre!. Hemos de vivir ya según el Espíritu. Por el Espíritu somos hijos de Dios y lo invocamos como Padre nuestro. El mismo Cristo nos enseña a orar así: «Padre nuestro, que estás en el cielo»... Este texto de San Agustín (Sermón 156,3) nos ayuda a comprender mejor el sentido:
“Por lo tanto, hermanos –ésta es la exhortación recibida hoy–, “no somos deudores de la carne para vivir conforme a la carne”. Para esto hemos sido auxiliados, para esto recibimos el Espíritu de Dios, para esto pedimos el auxilio día a día en nuestras fatigas. La ley tiene bajo sí a quienes amenaza si no cumplen lo que ordena; éstos están bajo la ley, no bajo la gracia.”
Nosotros estamos ya bajo la gracia. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 2781):
“Porque la gloria de Dios es que nosotros le reconozcamos como “Padre”, Dios verdadero...”
–Con el Salmo 67 proclamamos que «nuestro Dios es un Dios que salva. Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría... Bendito sea el Señor cada día, Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación... Nos hace escapar de la muerte». Todo esto lo ha realizado plenamente entre nosotros por Jesucristo, su Hijo, nuestro Salvador, Cristo nuestro hermano, que padeció y murió en la Cruz para redimirnos y llevarnos con Él para siempre. Gozar eternamente del Señor... nos alegrará y “rebosaremos de alegría bendiciendo su Nombre”.
–Lucas 13,10-17: Hoy vemos a Jesús realizar una acción que proclama su mesianismo. Y ante ella el jefe de la sinagoga se indigna e increpa a la gente para que no vengan a curarse en sábado: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado» (Lc 13,14).
Sorprende en este personaje -el jefe de la sinagoga- que ante un milagro evidente, sea capaz de cerrarse de tal modo que lo que ha visto no le afecta lo más mínimo. Es como si no hubiera visto lo que acaba de ocurrir y lo que ello significa. De este modo, Dios no puede comunicarle sus gracias, sus dones, su amor y, por lo tanto su experiencia religiosa no enriquecerá su vida.
Todo ello le conduce a una vivencia rigorista de la religión, a encerrar su Dios en unos medios. Se hace un Dios a medida y no le deja entrar en su vida. En su religiosidad cree que todo está solucionado si cumplen con unas normas. Se comprende así la reacción de Jesús: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar?» (Lc 13,15). Jesús descubre el sinsentido de esa equivocada vivencia del sabath (sábado).
Esta palabra de Dios nos debería ayudar a examinar nuestra vivencia religiosa, y descubrir si realmente las mediaciones que utilizamos nos ponen en comunicación con Dios y con la vida. Sólo desde la correcta vivencia de las mediaciones podemos entender la frase de san Agustín: «Ama y haz lo que quieras».
¡Santa María, Virgen y Madre buena, danos humildad, sencillez, confianza en Dios nuestro Padre! ¡Madre de Dios, intercede por nosotros, tus hijos!