13 septiembre 2010, lunes de la XXIV semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

En la presencia del Señor y como nos recuerda la Iglesia, nos humillamos reconociéndonos pecadores.

Invocando la luz y fuerza del Espíritu suscitamos una actitud de confianza y abandono. Junto a Santa María vivimos este ratito de oración

Hoy, en la primera lectura, Pablo no se corta en denunciar como llevan a cabo sus reuniones eucarísticas; hay divisiones, disensiones, cada uno come lo suyo (sin esperarse) y esto lleva a embriagueces o que algunos pasen hambre.

Contrapone a estas actitudes el ejemplo de Cristo: inicia dando gracias y luego el pan y el vino son para dar vida.

Aquellas primeras comunidades fueron así educadas por Pablo de forma tan clara y contundente en sus palabras, Y siempre poniéndoles como modelo a Jesús. Por eso se atreve a hacer la denuncia pues va en su nombre. Y no puede adulterar ni dejar que se engañen con lo que no es la reunión eucarística.

Si nos lleva el espíritu por aquí revisemos cómo nos acercamos a nuestras eucaristías: preparación previa, mi disposición activa o no, la apertura de corazón universal (acordarme de tantas personas). Podríamos seguir con hacer familia no quedándome sólo en el banco… Para que todo hable y me lleve (nos lleve) al encuentro con Cristo y al don generoso de nosotros mismos.

En el evangelio se nos propone la fe y disposición del corazón de un centurión (un pagano). Tanto que merece esas palabras de elogio del Señor; “en Israel no he encontrado fe tan grande”.

Nos anima este ejemplo a pensar si mi fe llega a reconocer en Jesús que es capaz de sanar tantas heridas (interiores y de salud). A veces nos encontramos personas que formalmente no practican pero que, en una situación de ayudar a otros, demuestran una confianza en Dios sorprendente. Reconocen su indignidad para pedirle tal ayuda pero creen que sólo una palabra suya bastará.

Todo esto me invita a pensar en renovar mi confianza y amor a Dios. Para que no me quede en un mero cumplimiento externo carente de frescura y sin acordarme de los que tengo a mi vera.

En María, la dulce Madre, encontramos humildad y confianza en el poder de Dios

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