22 septiembre 2010, miércoles de la XXV semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

El primer paso necesario para iniciar la oración es hacer silencio. Silencio exterior; a ser posible elegir un lugar recogido, sin ruidos que me distraigan. El silencio interior, es otro paso vital si quiero encontrarme con el Señor, escuchar su palabra, reflexionar para sacar algún provecho, como nos propone san Ignacio de Loyola.

Otro momento de la oración es encontrarme directamente con la Palabra de Dios, en concreto con la que nos propone hoy la Iglesia. Y después de leerla con sosiego y sin prisas, preguntarme: ¿Qué sentimientos han brotado del corazón y cómo orientarlos?

“Jesús reunió a los doce y les dio autoridad… luego los envió”

¿Me siento yo llamado y elegido? Sí, he sido llamado y elegido para estar con Él y seguirle. Por tanto, gozo de ese poder y autoridad que me regala.

Es una realidad espiritual, que por ser espiritual, con frecuencia, se nos escapa de las manos. El Señor me ha dado poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades.

Si, Jesús vive en mí por la gracia y además lo he recibido en este día en la Eucaristía. Y con Jesús en mí, he recibido gratuitamente y realmente ese poder y autoridad.

Si fuera consciente de ello palparía con sencillez que por donde paso a lo largo del día, en medio del centro de estudio, universidad, profesión, en mi casa y familia… Jesús se hace presente. Y la presencia de Jesús por mi medio, transforma los corazones por donde pasa. ¿Le doy posibilidad de que se manifieste o soy simplemente yo, y separado de la verdadera vid, y como consecuencia sin fruto?

“Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes”.

Mejor que no me de cuenta del bien que voy haciendo (Él en mí) por donde paso, por donde discurre en este día mi vida al ser portador de Cristo, “cristóforo”. A veces no soy consciente de que llevo dentro de mí a Cristo y le hago presente. Su poder y autoridad se manifiesta. Sigue expulsando demonios de las personas que están dominadas por él y va sanado a muchos de sus enfermedades. Se compadece de todos los mendigos, emigrantes, que caminan por las calles y por los enfermos que ya no pueden caminar…

No me ha elegido a mí porque reúno las condiciones, sino que me ha elegido porque me ama y me siento siervo inútil y pequeño y, consciente de me debilidad me dejo manejar en sus manos.

Madre nuestra Santa María: Concédeme la gracia en este día de sentirme elegido para hacer presente a Jesús en medio de las actividades que hoy debo de hacer con mayor perfección, en olvido de mí, para que el Señor sea alabado.

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