Domingo de la XXVI semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Primera Lectura: El profeta Amós denuncia las falsas seguridades de quienes de sus creencias se hacen ídolos. Así la idolatrización de las ciudades santas. Pone en evidencia las cortas aspiraciones de quienes optan sólo por el bienestar cercano, limitado por la finitud y la caducidad inmediata. Intenta despertar la conciencia sobre la pequeñez que hay en todo ello; porque concienciar de las deficiencias de esa situación es principio de salvación. Relación con el Evangelio de hoy.

Salmo Responsorial: Felicidad de los que esperan en Dios

El salmo 145, que acabamos de escuchar, es un "aleluya", el primero de los cinco con los que termina la colección del Salterio. Ya la tradición litúrgica judía usó este himno como canto de alabanza por la mañana: alcanza su culmen en la proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia humana. En efecto, al final del salmo se declara: "El Señor reina eternamente" (v. 10). De ello se sigue una verdad consoladora: no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del fatalismo; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad (cf. vv. 6-9). Concluimos esta breve meditación del salmo 145 con una reflexión que nos ofrece la sucesiva tradición cristiana. El gran escritor del siglo III Orígenes, cuando llega al versículo 7 del salmo, que dice: “El Señor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos", descubre en él una referencia implícita a la Eucaristía: “Tenemos hambre de Cristo, y él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Los que hablan así, tienen hambre. Los que sienten necesidad de pan, tienen hambre". Y esta hambre queda plenamente saciada por el Sacramento eucarístico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo (cf. Orígenes-Jerónimo, 74 omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 526-527). (L'Osservatore Romano - 4 de julio de 2003)

Segunda Lectura: Pablo exhorta a Timoteo a llevar una vida de piedad e integridad. En esto el tema de fondo es actuar rectamente ante Dios y vivir con autenticidad lo que debemos vivir, no importa cuáles sean las circunstancias. Cuando nos encontramos con una persona con ese tipo de integridad - el hombre que hace lo correcto cada día, le vean o no - tenemos la impresión de que hay algo (y mejor dicho, Alguien) en su vida que ilumina a los demás y se transforma en fermento de salvación en la masa de los hombres... Sabemos que estamos en presencia de un hombre que vive su vida ante los ojos de Dios.

Evangelio:

Algunas breves reflexiones: la mera descripción que hace Jesús es ya una denuncia. Cabe interpretar -tal vez- de qué manera y hasta qué punto se hallarían incapacitados para escuchar el Evangelio quienes viven en la abundancia, porque no pueden abrir el corazón a la “buena noticia”. Asimismo no se trataría tampoco de inducir a los pobres a la resignación y consolarlos sólo con la promesa de una justicia ultraterrena. ¿Por qué es tan difícil que los que ponen su confianza en la riqueza escuchen el Evangelio? No escuchan el Evangelio por la misma razón que no escucharon a los profetas. Porque se encuentran bien y no se preocupan de los demás, porque han puesto su corazón más en las riquezas que en Dios y no tienen otras aspiraciones, o sea, como decir que no necesitan de Dios ni de los demás. El Evangelio hay que aceptarlo como Palabra de Dios y al prójimo como hermano, abrirle la puerta del corazón y sentarle en la misma mesa de la vida. Por eso quienes sólo ponen su confianza en las riquezas se hacen incapaces de escuchar el Evangelio, aunque Jesús resucite a los muertos.

ORACIÓN FINAL

Concede, Señor, a tu pueblo perseverancia y firmeza en la fe, y a cuantos confiesan que tu Hijo, Dios de gloria eterna como tú, nació de Madre Virgen con un cuerpo como el nuestro, líbralos de los males de esta vida y ayúdales a alcanzar las alegrías eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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