Lc 8, 4-15
Al iniciar la oración caer en la cuenta de que Dios me está esperando, ponerme en su presencia, escuchar lo que Él quiere decirme y contarle lo que yo tengo en mi corazón.
Hoy la Iglesia nos propone para nuestra meditación la parábola del sembrador y además es el mismo Jesús el que nos hace la explicación, lo que quiere decirnos por medio de esta parábola es que la semilla echa raíces en la tierra, no es la tierra la que la crea. Que no basta con esparcir la semilla de la Buena Nueva sino que es necesario también el preparar la tierra para que esa semilla dé fruto.
Con esta forma de hablar de Jesús, de explicar su mensaje por medio de parábolas se nos hace asequible. Orígenes pone un ejemplo: los adultos cuando hablan con los niños, usan el leguaje de los niños, incluso imitan sus errores de léxico, balbuciendo como ellos. Dios hace lo mismo con nosotros: nos revela sus misterios con expresiones de lenguaje humano, con parábolas y sugerencias. Son como semillas destinadas a crecer y a echar raíces profundas.
Sólo un labrador experto reconoce la planta por la semilla y sabe qué tipo de tierra necesita para que dé mucho fruto. Dios es un labrador experto, sabe qué pensamientos nos debe inspirar. Para Él, nuestro corazón es como tierra buena. Nosotros dudamos de nosotros mismos, pero Dios tiene buena opinión de nosotros.
Si nos diéramos cuenta de cuánto nos puede transformar en bien, a nosotros, al ambiente en que vivimos y a todo el mundo, dejaríamos de tener razones para ser pesimistas. Todo tipo de tierra puede hacer crecer una buena cosecha, pues el Señor nos ha dicho que con nuestra paciencia salvaremos nuestra alma.
Sí, aunque nos veamos llenos abrojos, duros y resecos como un camino, la misericordia del Señor es más poderosa que todos esos obstáculos y puede hacer brotar la buena semilla con la condición de que no nos casemos nunca de estar empezando siempre.
Al terminar la oración hacer un pequeño examen para saber qué tipo de tierra hay en mí y así poder ir quitando los obstáculos que impiden que las semillas que va sembrado el Señor de una cosecha del ciento por uno.
Pedir a la Madre que me dé las fuerzas para anunciar a todos los que el Señor pone en mi camino que por muchas piedras que haya en su campo si se encomiendan a Ella se las quitará y también ellos darán una cosecha abundante.