El cristianismo tiene como símbolo central la Cruz de Cristo. Jesús de Nazaret crucificado es el centro de la historia de la salvación, que es la verdadera historia de la humanidad.
El misterio de la Cruz de Cristo es un misterio insondable. Es la gran verdad de nuestra fe que merece la pena meditar.
En primer lugar, porque revela el amor de Dios por los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,16). “En esto hemos conocido lo que es el amor, en que Él dio su vida por nosotros”. (1Jn 3,16).
En segundo lugar, porque revela el misterio de la salvación de los hombres: Dios ha querido salvar al hombre, ha querido perdonar su pecado haciéndose hombre y ha tomado sobre sí el dolor y la muerte, las principales consecuencias del pecado.
Pudiendo elegir otros caminos, Dios ha querido elegir el camino de la cruz para salvarnos.
La cruz revela también el pecado, la ofensa y el desprecio que hacemos a un Dios que nos ama hasta el extremo de dar su vida por nosotros.
Hasta aquí las reflexiones que pueden preparar el corazón para amar. Porque la oración, como decía Santa Teresa, es un diálogo de amor, estando muchas veces a solas, con quien sabemos que nos ama.
Te propongo para tu oración de mañana el Coloquio que plantea San Ignacio en los Ejercicios, un coloquio de amor con Cristo crucificado. Esta al final de la primera meditación sobre los pecados:
“Coloquio. Imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer un coloquio: cómo de Criador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecado. Otro tanto, mirando a mí mismo, lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo; y así, viéndole tal, y así colgado en la cruz, discurrir por lo que se ofreciere”. [53]
Si te ayuda para mantener o iniciar el coloquio puedes ir leyendo también el himno de Filipenses, que es el pasaje que tenía en mente San Ignacio cuando compuso este coloquio: Flp 2,6-11.
Sólo por medio de la contemplación podremos empezar a comprender algo del misterio del amor de Dios manifestado en la cruz.
Dos últimos consejos: Dice San Ignacio que “el coloquio se hace, propiamente hablando, así como un amigo habla a otro…” [54]. Este es el clima de intimidad que se necesita para entrar en el misterio. Pero si aún esto no basta, hay todavía un camino mejor: acércate a la cruz de la mano de la Virgen. Que ella te enseñe a mirar y sobre todo a amar al Señor crucificado.