El Papa Benedicto XVI ya en el nº 2 de su Encíclica “Deus caritas est”, plantea el problema de que “el término “amor” se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes.” Os remito al texto…
Pero ¿A qué amor se refiere Jesucristo en el evangelio de hoy? Atilano Alaiz en su comentario escribe: “Estamos ante el pasaje más revolucionario del Evangelio. Es una invitación de Jesús al amor universal, gratuito y generoso. Forma parte de la ley de la nueva Alianza y es un desarrollo de las bienaventuranzas.”
Los principios expresados por Jesús en este texto son muy chocantes. Son contrarios al pensar social y al de cada hombre en particular. Por naturaleza ¿quién no se rebela ante lo que Jesús está diciendo…? Pero sin embargo no podemos negar que estos nuevos principios del Señor son la salvación de nuestra sociedad y la esperanza ética del hombre.
Esquematicemos el texto para una mejor comprensión del mismo:
I. Principios para un buen vivir (vv. 27-31):
1º Principios que tocan las relaciones personales:
A) Amar y hacer el bien.
B) Bendecir y orar.
C) Ofrecer la otra mejilla.
2º Principios que se refieren a la propiedad:
A) No privar.
B) Dar.
C) No demandar bienes materiales.
3º Principios de conducta.
II. El argumento que sostiene estos principios es: La conducta de todo cristiano, tiene que ser muy superior a la de quien no lo es. (vv.32-34):
1º Superior en el amor.
2º Superior en hacer el bien.
3º Superior en el prestar.
III. La recompensa que tienen estos principios si los vivimos (vv. 35-46):
1º Será una recompensa grande.
2º Quienes los viven serán hijos de Dios.
IV. Estos principios además llevan adjunto una promesa: Se recibe lo que se da (vv. 37-38)
1º En las relaciones personales y sociales.
2º En la propiedad.
No me resisto en este día, además de lo dicho hasta ahora y, a pesar de la limitación del espacio que para ello tenemos.., a transcribiros el comentario que hace el P. Raniero Cantalamessa, ofmcap a este evangelio en el domingo VII del T.O. del 18 de Febrero 2007:
El Evangelio de este domingo contiene una especie de código moral que debe caracterizar la vida del discípulo de Cristo. Todo se resume en la llamada «regla de oro» de la actuación moral: «Lo que queréis que los hombres os hagan a vosotros, también vosotros hacédselo a ellos». Esta regla, si se pone en práctica, bastaría por sí sola para cambiar el rostro de la familia de la sociedad en la que vivimos. El Antiguo Testamento la conocía en la forma negativa: «No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan» (Tb 4, 15); Jesús la propone en forma positiva: «Tratad a los demás como queréis que ellos os traten», que es mucho más exigente.
Pero del pasaje del Evangelio brotan también interrogantes. «Al que te pegue en la mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames...». ¿Jesús manda por lo tanto a sus discípulos que no se opongan al mal, que dejen la mano libre a los violentos? ¿Cómo se concilia esto con la exigencia de combatir la prepotencia y el crimen, de denunciarlo con energía, incluso corriendo riesgos? ¿Cómo lo situamos con la «tolerancia cero», hoy invocada desde muchas partes ante la difusión de la micro criminalidad?
El Evangelio no sólo no condena esta exigencia de legalidad, sino que la refuerza. Hay situaciones en que la caridad no exige poner la otra mejilla, sino ir directamente a la policía y denunciar el hecho. La regla de oro que vale para todos los casos, hemos oído, es hacer a los demás aquello que se querría que se le hiciera a uno. Si tú, por ejemplo, eres víctima de un robo, de un tirón, de un chantaje, si alguien te ha chocado y te ha destrozado el coche, estarías ciertamente contento si quien ha visto los hechos estuviera dispuesto a testimoniar en tu favor. El Evangelio te dice que esto es lo que también tú debes hacer a los demás, sin atrincherarte tras el habitual: «No he visto nada, no sé nada». El crimen prospera sobre el miedo y el silencio.
Pero tomemos las palabras en cierto sentido más peligrosas del Evangelio del domingo: «No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados». ¿Entonces luz verde a la impunidad? ¿Y qué decir de los magistrados que juzgan a tiempo completo, por profesión? ¿Están condenados de partida por el Evangelio? El Evangelio no es tan ingenuo e irrealista como podría parecer a primera vista. ¡No nos ordena tanto que suprimamos el juicio de nuestra vida, sino suprimir el veneno de nuestro juicio! Esto es, esa parte de hastío, de rechazo, de venganza que se mezcla frecuentemente con la objetiva valoración del hecho. El mandamiento de Jesús: «No juzguéis y no seréis juzgados» es seguido inmediatamente, hemos visto, del mandamiento: «No condenéis y no seréis condenados» (Lc 6, 37). La segunda frase sirve para explicar el sentido de la primera.
Son los juicios «despiadados», sin misericordia, los que están prohibidos por la palabra de Dios; aquellos que, junto con el pecado, condenan sin apelación también al pecador. Justamente la conciencia del mundo civil rechaza hoy, casi unánimemente, la pena de muerte. En ella, de hecho, el aspecto de la venganza por parte de la sociedad y de aniquilamiento del reo prevalece sobre el de la autodefensa y la disuasión del crimen, que podrían obtenerse de forma no menos eficaz con otros tipos de pena. Entre otras cosas, en estos casos se mata a veces a una persona completamente diferente de la que cometió el crimen, porque entretanto se ha arrepentido y ha cambiado radicalmente.”
Como veis, resulta fácil hacer una lectura del Evangelio.., pero es mucho más difícil una interpretación correcta del mismo... Por eso la necesidad de leerlo a la luz de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia.
Termino con la cita de S. Agustín: “Por mi parte, no creeré en las Escrituras a menos que la autoridad de la Iglesia Católica me mueva a ello.” (En Contra de la Epístola de Mani Llamada "La Fundación" 4:5-6 [397 D.C.])