Hoy vamos a servirnos de la primera lectura para preparar la oración de mañana. Es un pozo sin fondo. Después de leerla un par de veces por lo menos, conviene descalzarse para entrar en terreno sagrado, y ponerse en presencia de Dios (Señor, Tú estás aquí, y me ves. Señor, aquí me tienes), pidamos la gracia de jugar limpio con Dios: “Concédeme la gracia Señor, de ordenar todas mis acciones, intenciones y operaciones, en servicio y alabanza de su Divina Majestad” (Ejercicios Espirituales).
Sin este primer momento de entregarse a Dios con confianza, la oración de hoy nos sonará a música celestial, y no cambiará nuestra vida.
La composición de lugar será el encuentro entre Dios y Satanás. El Demonio se presenta ante Dios, después “de dar vueltas por la tierra”. Siempre enredando, y buscando la perdición de la Creación, en especial del hombre.
Dios va al choque, confía en la criatura, y habla de Job a Satanás. Es como si tentase al Tentador, poniendo de relieve su maldad en contraposición a la vida de su siervo Job: “¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay otro como él…”
Es posible que Satanás proyecte en Job su propia rebeldía, que no entre en sus esquemas la aceptación de que ese Dios sea merecedor de la voluntad de una criatura. El grito ¡No serviré! del pecado de los ángeles, enciende la cólera en él. Reta a Dios a que lo fulmine, poniendo en duda la sinceridad del amor y entrega de Job “¿Y crees que teme a Dios de balde? ¡Si Tú mismo lo has cercado y protegido! Extiende tu mano sobre él, daña sus posesiones, y te apuesto a que te maldecirá en tu cara”. Es la actitud de alguien resentido, cegado por el odio. Y esto, nos puede pasar a nosotros también. Señor, desarme esos criterios tan asentados en mí, que son distintos a los tuyos. Transfórmame.
Sorprende la confianza del Criador en la criatura. Después de haberle salido rana la criatura más perfecta (Satanás), ¿debería volver a arriesgarse a confiar, esta vez, en alguien todavía más imperfecto?
Si el libro de Job sorprende por la fidelidad de éste para con Dios, la oración de hoy, debe asombrarnos el amor y la confianza incondicionales de Dios para con el hombre.
Dios no fracasa nunca. ¡Señor, que crea en tu amor para conmigo! ¡Transforma mi corazón para que edifique mi vida sobre la roca firme de tu fidelidad, de tu confianza en mí!
Este amor incondicional de Dios, que no abandona en la prueba, que sostiene en la noche de la fe, debe ser el pilar del Bautizado que vive día a día en el mundo tendiendo con todo su corazón a la santidad: para el niño, que funda su vida en la seguridad del amor de sus padres; para el militante adolescente que escucha la invitación del joven rico, y la sigue; para el joven que busca su vocación, que recibe el ciento por uno; para el matrimonio, que ve en él el modelo de fidelidad a construir en su vida; para el consagrado, que es testigo del Eterno en medio del mundo; para el anciano, que puede esperar con paz y confianza el descanso eterno…
Que mañana en la oración, delante del sagrario, sea un continuo y encendido acto de fe en el amor incondicional de Dios para conmigo.
Tomando a San Juan de la Cruz como maestro de noches oscuras, y profundo conocedor del amor de Dios, en respuesta a esta predilección, digamos con él:
“Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio, ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio que ya sólo en amar es mi ejercicio”.
Señor mío y Dios mío, “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré a él. Tú me lo diste, Tú me lo quitaste. Bendito sea tu nombre, Señor”.
A ti, María, Madre buena, acudimos: engendra en tu familia Cruzada-Milicia de Santa María, una nueva vida en Cristo.