12 junio 2012. Martes de la décima semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

* Primera lectura: Se nos narra el encuentro entre una pobre viuda de Sarepta, una ciudad de la región pagana de Fenicia, y el profeta Elías, enviado hasta aquel lugar por Dios. Desde tiempo atrás toda la zona costera de Fenicia e Israel estaba siendo azotada por una terrible sequía que había dejado a la población en una terrible pobreza. La zona de Fenicia era pagana y sus habitantes adoraban a Baal (dios cananeo de la fertilidad, de quien esperaban la lluvia y los frutos de la tierra). Y allí precisamente, a esa tierra el Señor envía al profeta Elías, que estaba siendo perseguido por el rey Ajab y la reina Jezabel, quienes habían implantado en Israel el culto a Baal.

La viuda que acoge a Elías es pobre, sólo tiene lo necesario para sobrevivir ella y su hijo; Elías también pobre, y además forastero y fugitivo, sólo posee un mandato del Señor y la seguridad de la palabra de Dios. El profeta que obedece a Dios y la pobre viuda que, a pesar de no ser del pueblo de Israel, se fía de la palabra del profeta y da todo lo que tiene, representan a todas las personas que viven con fe sencilla las dificultades y los dramas de su tiempo.

Ambos, la viuda y el profeta, abiertos a Dios y con un corazón generosos, “tuvieron comida para él, para ella y para toda su familia durante mucho tiempo” (1Re 17,15). Yahvéh muestra de este modo que es el único capaz de sostener la vida de sus adoradores, porque es el Señor de la naturaleza y el Dios de la vida; las divinidades fenicias, sin embargo, son incapaces de traer la lluvia y de alimentar a sus habitantes. El profeta perseguido es salvado de la muerte por la generosa sencillez de una pobre viuda pagana, que también sobrevive gracias a la acción providente de Dios en favor de los que se fían de Él: “no falto harina en la vasija ni aceite en la jarra, según la palabra que el Señor pronunció por medio del profeta Elías” (v. 16).

* Salmo responsorial: Dios es para nosotros un Padre lleno de amor, ternura y misericordia. Él está siempre junto a nosotros. Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Él está dispuesto siempre a velar por los suyos y a librarlos de todo mal. Por eso, sabiendo que somos pecadores, y que tal vez muchas veces nos hemos alejado del Señor, con un corazón humilde volvamos al Él, que es rico en misericordia para con todos aquellos que lo invocan y lo buscan con sinceridad. ¡Cuántas veces hemos experimentado qué bueno es el Señor!

* Evangelio: San Mateo nos recuerda aquellas palabras en las que Jesús habla de la misión de los cristianos: ser sal y luz del mundo. La sal, por un lado, es este condimento necesario que da gusto a los alimentos y por otro, a lo largo de los siglos la sal ha sido un elemento fundamental para la conservación de los alimentos por su poder de evitar la corrupción. Jesús nos dice: -Debéis ser sal en vuestro mundo, y como la sal, dar gusto y evitar la corrupción.

«Vosotros sois la sal de la tierra» (Mt 5,13). El cristiano ha de dar el gusto: mostrar con la alegría y el optimismo sereno de quien se sabe hijo de Dios, que todo en esta vida es camino de santidad; que dificultades, sufrimientos y dolores nos ayudan a purificarnos; y que al final nos espera la vida de la Gloria, la felicidad eterna.

Cuentan que un día, san Francisco de Asís le pidió a uno de los frailes cofundadores que se preparara para salir a predicar con él. Salieron y estuvieron caminando y dando vueltas por todo Asís, durante una hora y media. En un cierto momento, el fraile que lo acompaña le preguntó a san Francisco: “Padre Francisco, usted me dijo que saldríamos a predicar. Hasta ahora, sólo hemos caminado y recorrido todo el pueblo”. San Francisco le respondió: “Hermano, llevamos una hora y medio de predicación. No hay mejor predicación que la sonrisa y el testimonio de una vida auténticamente cristiana”.

ORACIÓN FINAL:

Oh Dios, que en tu providencia admirable has querido asociar a la Virgen María al misterio de nuestra salvación, haz que, fieles a su consejo, pongamos en práctica todo lo que Cristo nos ha enseñado en el Evangelio. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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