“Cuantas veces pensemos en Jesucristo, acordémonos del amor que nos tiene al colmarnos de beneficios, pues el amor pide correspondencia de amor” (Santa Teresa, Vida). Estas palabras de nuestra santa adalid enmarcan a la perfección el sentido de esta Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, pues en ella la Iglesia quiere que celebremos el amor de Dios que se ha derramado en nosotros a través del Corazón, divino y humano, de Jesús. El fruto será que nos sintamos llamados a corresponder a tanto amor con todo nuestro corazón y con todas nuestras fuerzas.
Para orar hoy elegimos la oración de San Pablo en la Carta a los Efesios y el Prefacio de la misa del Sagrado Corazón de Jesús.
1) El Apóstol dobla sus rodillas ante el Padre para hacer tres peticiones, que espera alcanzar de los tesoros de gloria escondidos en el Corazón de Dios:
- Ser robustecidos en lo profundo de nuestro ser por medio del Espíritu Santo. Hemos de reconocer que la fuerza no viene de nosotros, sino de Dios en nuestro interior: “Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza” (Salmo 17).
- Que Cristo habite por la fe en nuestros corazones: porque la fe es abrir el corazón al amor de Dios, es acoger su verdad y confiar en Él. La fe es comunión de vida con Dios, más íntimo a mí que mi propia intimidad.
- Que el amor sea nuestra raíz y nuestro cimiento. Aquí se habla del “ágape”, es decir, del amor propio de Dios, fiel y pleno, sin sombra de egoísmo, que él mismo pone en nuestros corazones para que le amemos y nos entreguemos a nuestros hermanos, superando la fragilidad de nuestra forma humana de amar.
El fruto de estas peticiones es algo incomparable: llegar a comprender las dimensiones del amor de Dios: lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo de un amor que encontramos en la Cruz de Cristo. “Si comprendieras el don de Dios...”, le dijo Jesús a la samaritana; si comprendiéramos el amor de Cristo que transciende todo conocimiento, encontraríamos la verdadera paz, la fuente de toda esperanza, el manantial de la alegría que vence toda tristeza.
2) El amor de Cristo siempre nos remite a la Cruz, donde se manifiesta su amor hasta el extremo. El Prefacio de la Misa de hoy agradece este amor que se nos entrega en el Corazón traspasado de Cristo, del que brotan la sangre y el agua. Oremos con esta oración litúrgica que nos presenta el Corazón del Señor, herido por nuestro amor y fuente de agua viva:
“En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación,
darte gracias, siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
El cual, con amor admirable se entregó por nosotros,
y elevado sobre la Cruz hizo que de la herida de su costado
brotaran con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia;
para que así, acercándose al corazón abierto del Salvador,
todos puedan beber con gozo de la fuente de la salvación”.
Para terminar, pidamos que a imitación del Apóstol Pablo se nos conceda anunciar la riqueza del Corazón de Cristo a los que están a nuestro lado en la vida de cada día.