Al comenzar hoy la oración podemos invocar al Espíritu Santo para que nos ayude a caer en la cuenta que estamos delante de Dios y que somos parte de su familia. “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! … Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (1 Jn 3, 1-2).
Y como hoy es primer sábado de mes, día dedicado a la Virgen y además es el mes de Junio, que es el mes del Corazón de Jesús, metiéndonos muy adentro en estos divinos corazones y rogándoles que nunca nos salgamos de tan seguro refugio. Piensa que el lugar donde te encuentras: tal vez una Iglesia o una capilla, tu habitación, oficina o andando por la calle es ese corazón de Jesús, y ahí puedes entrar en íntima unión con Él y adorarle en espíritu y verdad.
Meditación del Evangelio, Mc 11, 27-33
Jesús y sus discípulos están en Jerusalén y hace unos días o sólo unas horas que Jesús ha echado a los vendedores de ganados y a los cambistas del templo y lo ha hecho con autoridad, como la que tiene cada uno en su casa. A los sacerdotes, letrados y senadores que son la autoridad legal les ha llenado de asombro y malestar y dirigiéndose a Jesús le preguntan: ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te ha nombrado jefe y a la vez soldado? ¿Por qué te comportas así, Jesús?
Jesús, antes de contestarles, sabiendo que no tenían recta la intención, les pone una condición y a su vez les preguntó: “el bautismo de Juan ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme.”
Entonces ellos razonaban entre sí diciendo: Si decimos del cielo dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Pero si decimos de los hombres... Temían al pueblo, porque todos consideraban que verdaderamente Juan era profeta. Entonces respondiendo a Jesús: No sabemos. Y Jesús les dijo: pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas.
En último término toda autoridad viene de Dios por lo que en primer lugar debemos obedecer a Dios y en su nombre a los hombres que tienen una legítima autoridad delegada. Si se pierde este principio, fácilmente los hombres solo sirven a sus propios intereses y si pueden los imponen a los demás. Ayer, como hoy, los que se oponen a la autoridad de Dios actúan conforme a su astucia para salirse con las suyas. Cuando se piensa así, no se escucha la verdad, solo se piensa en no perder autoridad y en mantener los propios privilegios.
Al corazón de Jesús:
Durante la meditación, reflexionando sobre este pasaje del Evangelio, abrimos nuestro corazón a Jesús y lo reconocemos como Señor y maestro. Como Tomás, el apóstol incrédulo, repitamos muchas veces: !Señor mío y Dios mío!
Y a la Virgen le podemos repetir también esos deseos que tantas veces le escuchamos a Abelardo de Armas, como estos recogidos de una de sus reflexiones en el Circo de Gredos:
“Madre: que yo no sea capaz jamás de abandonar este Corazón” Yo sé que el Corazón de Jesús nunca me va a abandonar, pero Él respeta mi libertad y yo puedo salirme. Ciérrate Corazón de Jesús y tenme ahí dentro y haz que mi corazón lata junto al tuyo. Que yo sienta pena cuando tú sientas pena. Y sienta gozo cuando tú sientas gozo; que no te abandone cuando me llamas y me haces una señal de cariño. Que no me atribuya los triunfos a mí, porque son solamente tuyos. Sabiendo que desde las cumbres más altas puedo darme los mayores trastazos. Que sienta verdadera compasión y cariño por las personas que me rodean, porque tú los amas y has muerto por ellos en la cruz y has pedido al Padre, “Padre perdónalos, que no saben lo que hacen”, porque son mejores que nosotros. Y pedidle al Corazón de Jesús que me contagie de sus sentimientos, … Pídeselo a la Santísima Virgen: “Madre, que yo le conozca, que le ame, que le viva; quiero ser otro Jesús, quiero salvar almas, quiero convertirme en un salvador, en un nuevo redentor de esta humanidad, en especial de la juventud.”